A veces la adversidad es quien nos borra dicha y la risa. En otras, alguien nos asalta en el camino o somos nosotros mismos los autores del hurto. Os relataré el caso de un viajero más que llegó hasta las puertas del imaginario reino del Espanta nubarrones. Era una máscara. “Quiero entrar a tus dominios, monigote de palma -dijo. Vengo en busca de todo lo hermoso que perdí por bandolero.” “Primero debes arrancar de tu rostro la máscara que llevas -dijo la visión de hojarasca. Sólo así podré saber quién eres y decidir tu entrada al reino”. “No puedo arrancarla -respondió el prófugo- pues con ella cometí mis asaltos y, de tanto usarla, mi rostro verdadero se borró, quedando de él sólo el mascarón que llevo puesto.” “¿Y qué es lo que hurtabas de la vida y los demás?” -inquirió el espantalunas. “La felicidad, señor de mimbre -respondió aquél-. Pero ello al final nunca me hizo feliz, porque lo que hacía feliz a otros no lo era para mí. Fue así que -en ese absurdo oficio- no pude ser feliz con dichas ajenas. Por el contrario, ello me amargaba. Ladrón del sonreír de otros perdí el mío, porque no tenía el mismo motivo de ellos para hacerlo. Dime cómo recuperar mi risa, fabuloso celador del monte.” “Entra al paraíso -dijo el espanta antifaces-. Ve hasta aquel límpido estanque, arranca de ti el mascarón y mírate en el reflejo del agua”. El ladrón fue hasta allá y contempló un momento su rostro en el espejo de la fuente. Entonces echó a reír dichoso. Había visto el sonreír de su alma. (XLVII) De: “La Vida es Cuento” © C. Balaguer
La máscara errante de la felicidad
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