Quisiera profundizar un poco más en el tema del castigo, porque siempre he visto, y sigo viendo en los comentarios, que genera confusión, ambivalencia entre lo que manda la cultura o la costumbre, y lo que manda la psicología; contradicción entre lo que dicta un arrebato de cólera y frustración, y lo que dice el sentido común en estado de tranquilidad. Particularmente me preocupa que el «método del cincho» sigue arraigado en nuestra cultura. Y lo cierto es que ya no son tantos como eran en generaciones anteriores los que defienden dicho método. La mayoría ya comprende que es inadecuado, pero en muchos casos, lo sigue aplicando. ¿Por qué?
Hay dos explicaciones que se conjugan. Una es la tendencia del ser humano, particularmente los latinos, a descargar violentamente los arrebatos de cólera y frustración; violencia que reprimimos a nivel social (y no siempre), y que descargamos donde podemos y con quien podemos, es decir, en el hogar, por ser privado, y con los hijos (a veces la esposa también), que son más débiles. La otra explicación es la falta de preparación para saber manejar los conflictos con los hijos. De hecho, muchos comprenden que el cinchazo es inadecuado, pero al mismo tiempo se preguntan Entonces… ¿Cómo?
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A un lector le contestaba que, definitivamente, el castigo con cincho en ningún caso debe aplicarse. Siempre preguntémonos ¿estamos tratando de enseñarles algo a los hijos, o nos estamos vengando por el enojo debido a algo que hayan hecho? Pongámonos en su lugar. ¿Aprenderíamos algo a cinchazos?
Definitivamente no; únicamente a tener temor, pero es completamente equivocado pensar que infundiendo temor se está educando. Educar es ENSEÑAR. Si a usted tienen que corregirle algo en su trabajo, ¿cómo prefiere que lo hagan? ¿Explicándole el problema de buena manera, la forma de corregirlo y motivándole a un cambio de actitud; o apuntándole con una pistola o de cualquier otra forma intimidatoria o violenta? ¿Cómo reaccionaría usted en uno y otro caso?
El gran error que suele cometerse con los hijos es que no se habla con ellos y no se les explica el problema de su comportamiento; simplemente se recurre al castigo directamente, que, al no ser efectivo, va aumentando en dureza. Y al ser, además, muy frecuente y repetitivo, se vuelve rito, costumbre, y no sirve de nada. Lo ideal es tratar de que el hijo sienta un poco de vergüenza por su comportamiento, y a la vez la oportunidad de corregirlo por sí mismo, pero eso no se consigue con castigos, gritos ni humillaciones; todo lo contrario.
Explicándole el problema suave y tranquilamente, con un lenguaje simple al nivel que él o ella pueda entender, y dejando claro que solo se le está tratando de enseñar, pero que se le sigue queriendo igual, suele ser lo más efectivo, sobre todo si cuando percibimos que está entendiendo, le damos un abrazo y un beso, y «aquí no ha pasado nada». Es cierto que pese a ello algunas veces se ponen tercos y no quieren entender. Entonces tiene sentido el castigo moderado, y no físico.
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Sólo excepcionalmente, en caso extremo, tiene sentido una acción física moderada, como una nalgada, o un agarrón del brazo, si con ello creamos un impacto en el hijo para cortar una situación que de otro modo se nos escapa de las manos. Pero cuando este tipo de acciones se vuelven frecuentes, ya no impactan, pierden todo su sentido, y significa que algo ha fallado en los pasos previos. El cinchazo es una acción física demasiado agresiva que nunca debe utilizarse.