Había un venado que tenía dos cabezas, las cuales entraban frecuentemente en conflicto entre si por la limitación de sus respectivas libertades y por el condicionamiento de cada una de ellas a la otra. A tal grado llegó la desavenencia, que una de ellas planeó una fatal venganza contra la otra: trataría de convencerla para ir a un coto de caza y sutilmente la pondría a tiro de un cazador; si todo salía bien, por fin quedaría libre. Y así fue; en el coto de caza un cazador abatió de un certero disparo a la otra cabeza. Todo salió según lo planeado… excepto que la cabeza superviviente también murió instantes después, sin haber llegado a comprender, ni entonces ni nunca, que ambas estaban compartiendo el mismo cuerpo.
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Así sucede con muchas familias. Sus dos cabezas, al sentirse en algún modo limitadas y condicionadas, tienden a enfrascarse en pleitos inútiles que llegan a degenerar en impulsos vengativos contra la otra cabeza, sin llegar a entender que el daño, en realidad, no solo se lo hacen a la otra cabeza, sino que se lo están haciendo a los hijos, a la familia entera, y, por tanto, a si mismas. Frecuentemente utilizan a los propios hijos como arma, como instrumento, o como trofeo en el conflicto. Y lo peor es que la familia termina muriendo sin que ninguno tome verdadera conciencia de qué fue lo que la mató
Cuando las personas eligen formar una familia, frecuentemente lo hacen un tanto inconscientes de en qué consiste el compromiso y la responsabilidad que contraen; lo van entendiendo poco a poco, cuando la experiencia les va haciendo ver que no es exactamente esa renuncia a ciertas libertades y a su ego lo que querían, y adoptan actitudes que les pueden conducir al fracaso; a veces matando a la otra cabeza; a veces simplemente mirando en otra dirección. Y justifican como la «trampa del matrimonio» lo que en realidad es inmadurez e irreflexión en su compromiso, sin llegar nunca a encontrarle gusto ni a la compañía ni a la soledad; ni al egoísmo ni a la generosidad.
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La familia debe ser como una empresa; un proyecto que requiere un mínimo de madurez, de dedicación y de renuncia a ciertas cosas. Es como una inversión que, bien cuidada, proporciona enormes utilidades de esas que no se miden en dinero; de lo contrario, puede llegar a provocar la pérdida de todo aquello que no es dinero y a veces también del dinero.