Muchas veces la relación, y la familia completa, no se muere por si sola, sino porque nosotros mismos la matamos, y con ello, indirectamente, nos matamos a nosotros mismos. Hago la comparación con una empresa a la que hay que dedicar un poquito de atención para que funcione y proporcione beneficios, pero por si no se entiende trataré mejor de compararla con un carro que uno compra. Si el carro no sale bueno, tiene sentido tener que cambiarlo por otro; pero si se termina arruinando porque lo maltratamos, hacemos uso inadecuado de él y no le damos mantenimiento, no es culpa del carro, obviamente. Y si cambiamos de carro, pero no entendimos por qué se arruinó el primero, probablemente volverá a pasar lo mismo con el segundo, y con el tercero… Podemos pasar la vida entera cambiando de carro, porque «todos salen malos», y dudo mucho que ello nos haga sentirnos satisfechos.
LEE TAMBIÉN: COLUMNA: Después del divorcio
Pero quiero provocar una reflexión sobre dos puntos que son bastante comunes. El primero es que, a diferencia de un carro, las personas no tienen un certificado de garantía, por lo que para formar una familia es recomendable elegir la pareja cuidadosamente, y con criterios maduros; y no solo con base a las «prestaciones» que pueda dar (bueno, las prestaciones son en los carros; en las personas… interprétenlo como quieran).
Aún así uno se puede equivocar, o incluso el amor se puede acabar, y claro que es entendible la separación; la separación de la pareja que se eligió, se entiende. Pero si hay hijos, éstos no pueden dejar de serlo, y nuestra responsabilidad como padres no desaparece con la separación. Los hijos no pueden sacrificarse. Si entendemos bien esto, es perfectamente factible que ambas cabezas ejerzan bien como padres, aun cuando estén separadas. De hecho, hay exparejas que ejercen mejor como padres y madres estando separados que cuando estaban juntos. Estando separadas son capaces de mirar en la misma dirección, la que marcan los hijos, no habiendo sido capaces de hacerlo estando juntos, y es entonces cuando comprenden cuál fue el error. Lamentablemente, no sucede con la mayoría.
El otro aspecto es que a veces se entiende que hacer felices a otros (aun cuando sea la propia familia) es un sacrificio, y es incompatible con nuestra propia felicidad. Quien cree que la felicidad es individual es que no la ha probado compartida. Si se trata de hacer feliz a otros, esa felicidad de alguna forma suele proyectarse en uno mismo. Quizás no siempre se es bien pagado por la pareja, pero ya no es culpa de uno. Con los hijos funciona casi siempre.