"No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti” es, de acuerdo con el filósofo Immanuel Kant, que retomó una máxima que viene desde hace milenios, un principio innegable que para desgracia de tantos se viola permanentemente, pues ni el cabecilla de la dictadura venezolana Maduro querrá que le apliquen las torturas que él dispensa a sus rivales políticos, ni el criminal de guerra y asesino serial Putin estaría dispuesto a que lo manden como carne de cañón al frente en Ucrania.
Ese dilema lo enfrenta Israel en Gaza: ir tras los asesinos y secuestradores de Hamas es una cosa pero perpetrar bombardeos prácticamente indiscriminados contra la población, forzada en muchos casos a comer grama y beber agua sucia peor que la que se dispensa por ANDA a los salvadoreños, es otra, en parte debido a la insistencia de mantener a un allegado del régimen al frente de la entidad.
En una previa nota señalamos que la buena educación debe fundamentarse en principios evidentes en sí mismos, en el sentido de que así como nadie discute que dos más dos son cuatro, tampoco quitar uno o más preceptos de los Diez Mandamientos es válido; no se logra la pacífica convivencia entre los miembros de una sociedad si para unos robar se justifica o desear la mujer del prójimo, el grave pecado que arruinó la reputación del David bíblico, el héroe judío que enfrentó y venció al gigante Goliat en el encuentro uno a uno que tuvieron hebreos y filisteos según afirma la tradición.
El David esculpido por Miguel Ángel, una de las obras de arte más hermosas de todos los tiempos, se atesora en la Galería de la Academia de Florencia en Italia.
El culto marxista siempre genera horrorosas hambrunas en los pueblos
Carlos Marx, que nació en la ciudad de Tréveris sobre el río Mosela en Alemania —cuna a su vez de Constantino El Grande que propició que el cristianismo fuera la religión del Imperio Romano advirtiéndoles que “fueran tolerantes” pero que ni de muy, muy, muy… muy lejos se cumplió—, armó un “arroz con mango” que, al igual como el “reverendo” Jones montó el suyo para inducir a esas pobres almas a suicidarse colectivamente, el marxismo presenta fáciles fórmulas que simplemente no funcionan: la “burguesía” es el origen de todos los males y los “trabajadores” deben poseer los bienes de producción, lo que deja fuera del cuadro a administradores, financieros, inventores, oficinas de patentes, programas de asistencia a los menos afortunados y “etcétera, etcétera, etcétera” como decía el Rey de Siam…
Al aplicar el marxismo puro o diluido fácilmente se cae en hambrunas: Stalin se cargó a cuarenta millones de seres humanos con sus colectivizaciones; Mao Zedong, a sesenta millones, un guion que evidentemente sigue con sus pequeñas correcciones el actual dictador de China, Xi Jinping.