El 3 de octubre recién pasado, cerca de 4,500 militantes palestinos desfilaron en la ciudad de Gaza, exhibiendo misiles, cohetes y drones, según ellos, con motivo del 36o. aniversario de la creación del movimiento Yihad Islámica, según informó la agencia AFP. La demostración, sin embargo, no despertó suspicacias en Israel.
Los misiles, transportados en camiones pintados de verde y de camuflaje, presentados como “de fabricación local”, fueron montados durante la “ceremonia”, según la información.
Aunque el desfile se atribuyó al grupo Brigadas Al-Qods, brazo militar de la Yihad Islámica Palestina, no se descarta que haya sido la antesala de la invasión y la matanza perpetrada por Hamas el pasado fin de semana en Israel, bendecida y respaldada abiertamente por el régimen iraní.
Sea como sea, lo cierto es que la inestabilidad en Medio Oriente se profundizó con la caída del Sha de Irán, Mohammed Reza Pahlevi, propiciada en 1979 por el expresidente de Estados Unidos, Jimmy Carter.
Queriendo exhibir su política de “derechos humanos”, Carter abandonó al monarca persa por acusaciones de violaciones a los derechos fundamentales en Irán.
En seguida, una casta de ayatolas o clérigos, encabezada por Ruhollah Jomeini, se apoderó del país y lo convirtió en una enloquecida “teocracia” que colgaba a todos los que se le oponían, degradaba a las mujeres e instauró la ley islámica. En virtud de esta última, muchas mujeres han sido latigueadas o asesinadas por la “policía moralista”, que las acusa de no usar el velo o hiyab. A décadas de la muerte de Jomeini, sus decretos de muerte (“fetuas”) siguen estando vigentes, como el que casi le cuesta la vida al escritor de origen indio Salman Rushdie.
Las consecuencias no tardaron en revertirse para Estados Unidos y el mundo libre: los “estudiantes” islámicos, que fundaron la “Guardia Revolucionaria”, asaltaron la embajada de Estados Unidos en Teherán y tomaron como rehenes a los diplomáticos y al personal. Un grupo élite de militares estadounidenses murió al intentar rescatarlos.
De inmediato se profundizó el desmembramiento de Líbano, considerado hasta entonces la París de Medio Oriente, en territorios dominados por facciones islámicas antijudías, militantes cristianos pro-judíos y el Ejército de Israel. Naciones Unidas envió una fuerza de paz que no tardó en ser bombardeada en su cuartel general, dejando una gran mortandad: 241 marines estadounidenses murieron entre los escombros del cuartel y otros 128 resultaron heridos.
En poco tiempo también Irán se vio envuelto en una guerra con su vecino Irak, que duró casi una década.
Los ríos de sangre derramados por los ayatolas, cuyo cabecilla fue recibido en China por el dictador Xi Jinping, son obra de las decisiones de don Jimmy, a quien ahora se le pretende rendir pleitesía porque cumple 99 años…
Como Santos y Arafat, Carter recibió el “Premio Nobel”
Con todas las acusaciones que se hicieron contra él, es justo reconocer que el Sha se empeñó en modernizar Irán, nación donde la mujer vestía como quisiera, en ciudades de amplias avenidas. El Sha era además un fuerte aliado de Estados Unidos y se ocupaba de mantener bajo control a los grupos de exaltados que son lo normal en el Medio Oriente.
Ahora toda esa región está convulsionada, siendo una de sus consecuencias el surgimiento de movimientos terroristas como alQaeda, el jihadismo (culpable de atentados terroristas en Occidente, entre ellos el ataque a las Torres Gemelas en Nueva York y el intento de destruir el Pentágono, sede de las Fuerzas Armadas estadounidenses…).
Pero no se detuvo allí don Jimmy: se dice que intentó retirar las tropas estadounidenses de Corea del Sur, lo que de inmediato habría causado una invasión de Corea del Norte, pero la maniobra fue denunciada y no tuvo lugar…
Pese a todos estos garrafales desaciertos, los encargados le entregaron el Premio Nobel de la Paz a Carter, como a otros individuos que no lo merecían.