Diecinueve niños y dos profesores murieron abatidos a tiros por un joven desquiciado que compró sus armas al cumplir dieciocho años en Uvalde, Texas, lo que se suma a la muy reciente masacre en un supermercado de Buffalo, en Nueva York, por un joven de diecinueve años, un acto que de inmediato se ha calificado como “de odio”, seguramente el mismo odio que mueve al criminal de guerra y envenenador Putin a destruir Ucrania.
Una víctima más de la tragedia se considera al esposo de una de las maestras asesinadas, José García, quien posteriormente falleció de un infarto a raíz de la pena, según sus familiares.
El presidente Biden lamentó lo sucedido, preguntándose por qué esas tragedias suceden en su país. De inmediato el tema de la posesión de armas —lo que en Estados Unidos es lícito, incluyendo armas de guerra ligeramente “modificadas”— ha cobrado nueva relevancia, ya que mientras los republicanos asumen posturas que facilitan la tenencia, los demócratas quieren que haya mayores controles, que se examine el historial de una persona antes de autorizar una compra.
En seguida, Biden se condolió con los padres de los niños víctimas y expresó que “perder un hijo es como algo dentro de ti que es arrancado para siempre y vives con ese dolor”. El gobernante habla con el conocimiento de causa de alguien que sabe lo que es perder a dos hijos.
Pero no sólo las familias de las víctimas lloran por sus hijos, sino también la del mismo tirador, que lo había perdido mucho antes al envenenársele el alma.
El asesino —o “sospechoso” como dicen los cables aunque haya sido abatido a balazos por la policía en el acto— tenía un triste historial de descuido familiar, a lo que se suma el hecho de que su madre, que descuidó su educación, consume drogas.
“El sospechoso” disparó a su abuela antes de salir de la casa, un hecho que se supo tardíamente y que habría llevado a su detención.
No dejemos a nuestros niños al garete, expuestos a todo
Esta es la tragedia de niños que son descuidados o lanzados a la perdición por sus familias, marginados en sus ambientes, reclutados por el bajo mundo y convertidos en monstruos, sin oficio ni beneficio.
En Afganistán muchos niños son usados en las siembras de amapolas, una labor infantil que los de la OIT, que persiguen el crecimiento del Segundo y Tercer Mundo, no se atreven a tocar.
Vigilar en lo posible la condición en que crecen los niños, ver su comportamiento en la escuela, protegerlos de padres o madres abusivos, alcoholizados, violentos, es tarea de maestros y líderes comunitarios, pues al igual que el covid o el sarampión, la destrucción de un niño o joven afecta a todos los miembros de una comunidad, daña a los buenos hogares, perjudica la convivencia.
Los niños son el futuro; es obvio que nadie quiere un oscuro, tenebroso futuro, por lo cual debe rechazarse todo lo que envenena y pervierte a una sociedad.
En estas páginas hemos señalado un grave problema que afrontan los niños “de la calle”, los niños en hogares donde hay violencia pero que por imbéciles consideraciones, muy imbéciles, no pueden adoptarse por quienes gustosamente, nacionales o extranjeros, lo harían, considerando el hecho de que en países como Estados Unidos las familias que desean adoptar un niño tienen que llenar condiciones de solvencia moral, estabilidad familiar, ser apreciados en sus comunidades.
Los niños de El Salvador corren tremendos peligros que es innecesario señalar pues todos los conocemos, siendo el principal crecer en una nación que no se rige por leyes, sino por los personales intereses del régimen de turno.