“Ni antisemitismo ni islamismo" en Alemania pidió el canciller Scholtz después que la policía matara a un sujeto aparentemente ligado al Estado Islámico (EI), que intentaba atentar contra el consulado de Israel en Múnich.
Las autoridades alemanas sospechan que el sujeto podía haber planeado un atentado por tratarse del 52º. aniversario del ataque contra los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972.
Tanto el antisemitismo como el islamismo radical son consecuencia del odio, la intolerancia y la ceguera moral de enloquecidos que se creen dueños de la verdad, de haber sido designados "por dios" –no se sabe cuál– para perseguir y aniquilar a quienes no comparten sus fanatismos.
Los alemanes saben muy bien qué es eso, pues en su momento fue víctima de un enajenado...
Scholtz, al igual que la gran mayoría de alemanes, sufre las consecuencias de la insania nazi que, además de provocar guerras mortíferas y aniquilar a millones de judíos, asesinó a disidentes, gitanos y en los estertores del nazismo a adolescentes alemanes que fueron obligados a empuñar las armas y enviados al frente como carne de cañón.
En su discurso, por la mente del canciller alemán seguramente pasaron los recuerdos del ataque a las Torres Gemelas como la frustrada destrucción del Pentágono y la Casa Blanca, que fueron planificados en el país por un grupo de árabes residentes “en nombre de Alá”.
El fanatismo lleva a personajes como el dictador turco Erdogan a convertir en mezquitas templos cristianos, algunos que datan desde el año 400 después de Cristo.
La intolerancia es señal de la caída de un país
Las democracias tienen espacio para todos, pero no para aquellos que intentan destruirlas, envenenar el ambiente, como tampoco admiten que la mujer sea considerada un ser inferior, negándole educación y forzándola a cubrirse de pies a cabeza como en Afganistán, donde está prohibida la música y además se confina a la mujer a su hogar, como hemos ya expuesto a nuestras audiencias.
Los talibanes han prohibido que se escuchen voces femeninas en público, es decir, las mujeres no pueden hablar y mucho menos cantar en público.
Se trata de pensadas extremas como la que llevó a dejar sin Coro Nacional y sin Orquesta Sinfónica al país por la desesperación del régimen de hacerse de dinero a como dé lugar, sin que ninguna necesidad o prioridad, como la educación y la cultura, hagan que el rumbo se altere, lo que son las señales de un país fallido que va cayendo en picada.