En 1517, Martín Lutero clavó en el portal de la Catedral de Worms su rechazo a la venta de indulgencias por los tatascuras de aquel entonces, que a cambio de dinero aseguraban a quien las adquiría no irse directamente al infierno, un lugar de sufrimiento y espanto descrito por Dante en su Divina Comedia: “Por mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mí se va hacia la raza condenada… ¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!…”.
Con la pavorosa mortandad en Turquía y Siria —33,000 muertos hasta ahora— es evidente que la práctica de “vender indulgencias” a empresas de construcción eximiéndolas de pasar rigurosas inspecciones sobre los cálculos estructurales y los materiales empleados se viene aplicando por las dictaduras imperantes: a cambio de dinero se exime a los constructores pasar las pruebas, lo equivalente a no inspeccionar las condiciones en las que un puente se ha construido y autorizar el paso de vehículos sobre él.
De acuerdo con la BBC de Londres, muchas construcciones recientes se derrumbaron como castillos de naipes con el terremoto del 6 de febrero, un hecho que se ilustra con la fotografía de un edificio cuando fue terminado y sobre el cual la empresa responsable aseguraba que llenaba todas las exigencias, puesta al lado de la mitad destruida; quienes vivían en esa parte del edificio difícilmente lograron escapar con vida.
En el reportaje se dice que crece la indignación en el país debido a que la deficiente aplicación de la normativa ha contribuido al derrumbe de muchos edificios durante los terremotos.
Un edificio de Malatya se terminó de construir el año pasado y por las redes circularon capturas de pantalla de un anuncio que decía que estaba “terminado de acuerdo con las últimas normativas antisísmicas”, asegurando que los materiales y la mano de obra utilizados eran de “primera calidad”. Ya no hay rastro de este anuncio, pero varias personas habían tomado fotos y vídeos y los colgaron en internet. El anuncio coincide con el estilo de otros similares en el sitio web de la empresa.
Otro bloque de apartamentos de reciente construcción en la ciudad portuaria de Iskenderun también fue fotografiado y se observa en gran parte destruido.
En la medida de lo posible hagamos el bien a otros
A la mortandad se agrega el inmenso sufrimiento de quienes aún oyen los gritos de sus seres queridos desde dentro de las ruinas, sabiendo que nada podrán hacer por ellos, así como el hecho de que una ola de frío glacial azota la región.
Toda persona de bien no puede menos que compartir el dolor, el inmenso sufrimiento de las víctimas de la catástrofe, como el caso de una señora muy anciana que perdió a toda su familia al derrumbarse el edificio donde vivían, al igual que dramas como el de una bebé que estaba ligada con su cordón umbilical a su madre muerta, pero también milagrosos rescates como el de un adolescente que bebió su propia orina para saciar su sed y un niño de cuatro años al que se le ofreció una golosina para calmarlo mientras lo sacaban, o el rescate de Yagiz Komsu, de cuatro años, y su madre tras 105 horas después del terremoto, en la localidad de Adiyaman.
Cada uno de nosotros, al lado de compartir esa angustia, ese enorme pesar, debe reflexionar sobre la dicha que Dios nos depara al no sufrir tales golpes, lo que a la vez nos obliga a hacer lo que esté en nuestro poder para aliviar sufrimientos de otros, aunque sea con palabras de consuelo y sentidas plegarias…