El horror causado por el terremoto en Turquía y Siria sobrecoge el corazón, pues a los pocos que han logrado rescatar vivos se suman los miles de cadáveres que han sido extraídos de las ruinas, desde cuyo interior se escuchan los gritos de personas bajo enormes cantidades de ripio que difícilmente y sólo por un milagro lograrán salir con vida.
Al cierre de esta edición el número de víctimas mortales es de 20,000, lo que hace del sismo uno de los mayores de los últimos cien años.
Como en su momento dijo el Marqués de Pombal inmediatamente después del gran terremoto de Lisboa, que causó entre 60,000 y 100,000 muertos, lo procedente es enterrar a las víctimas fatales y auxiliar en la medida de lo posible a los vivos, los que en estos momentos se encuentran sufriendo una ola de frío poco usual.
La mayoría de los residentes en los edificios colapsados dormía con ropa ligera; unos pocos estaban abrigados, pero todos los sobrevivientes enfrentan la carencia de energía eléctrica, de agua potable, de alimentos, a lo que se suma el dolor de haber perdido a seres queridos en la catástrofe, como una señora que solo tuvo el consuelo de recuperar los cuerpos de sus dos hijos para poder enterrarlos adecuadamente. Solo pensar en su dolor, en el inmenso dolor de tantos, atribula a cualquier persona.
Los sismos no han finalizado; las réplicas han complicado las labores de rescate, temiendo todos que ocurran más en los próximos días.
En Turquía se han apersonado grupos de salvamento de diversos países, entre ellos rescatistas salvadoreños, a lo que se suma la ayuda que otras naciones están suministrando para albergar, alimentar y apoyar a los cuerpos sanitarios del país a cuidar a lesionados, considerando además la fragilidad de niños y personas mayores.
Fue, por desafortuna, tardía la introducción por el gobierno turco de nuevas normas para regular las construcciones en el futuro, lo que debió haber iniciado con la revisión de edificaciones anteriores para evitar su derrumbe.
Tanto dolor, tanta destrucción.. somos hermanos en el dolor
Catástrofes de esta naturaleza son casi imposibles de anticipar; se dice que el último sismo de gran magnitud en Turquía fue hace varios cientos de años; nadie sabe lo que ocurrirá bajo el suelo de una ciudad, región o país, pues los movimientos de las placas tectónicas son impredecibles. Al día de hoy y a lo largo de la llamada Falla de San Andrés, en California, las autoridades locales hacen lo posible para prepararse para “the big one”, el gran terremoto, como el que destruyó San Francisco a principios del siglo XX.
Existen normas para que una construcción pueda resistir terremotos, siendo la principal calcular fuerzas laterales sobre una estructura equivalentes al diez por ciento del peso de la misma. Pero, a nuestro juicio, lo mejor es emplear acero para construir; de lo contrario, se corre siempre el peligro de que un edificio se construya y dure hasta el siguiente terremoto.
Lo que queda al descubierto en esta clase de tragedias es la corrupción que permite evadir controles y normas. Que colapsen un par de edificios es tragedia imposible de controlar, pero que colapsen miles de edificios tiene nombre y apellido y es corrupción de funcionarios.
Nadie puede anticipar catástrofes naturales, como han sido las grandes inundaciones durante el 2022, por lo que hay que adiestrar cuerpos de salvamento y tener a mano los recursos para auxiliar a la gente, lo que no se viene cumpliendo en nuestro El Salvador.
Es imposible borrar del alma de los vivos en Turquía y Siria el dolor por haber perdido padres, hermanos, esposos, hijos… nos unimos a ellos en el dolor por tan enorme tragedia…