Nueve empleados de la unidad de salud de San Marcos fueron retirados de sus cargos por haberse negado a atender a una señora de noventa y seis años, que llegó a que le curaran una herida en la cabeza.
El problema de algunos puestos de salud y del Seguro Social, tanto en la capital como en el interior del país, es que a muchos de los encargados literalmente “se los come la pereza”, arrastran los pies para todo, carecen de la vocación de servicio y el espíritu legado del griego Hipócrates, considerado como el padre de la medicina aunque entre los egipcios y aun desde que el hombre vivía en cavernas se dieron asombrosos tratamientos, algunos de los cuales no volvieron a registrarse hasta el siglo XX.
El juramento hipocrático, que todo médico hace al graduarse, es: “Prometo solemnemente consagrar mi vida al servicio de la humanidad; otorgar a mis maestros el respeto y la gratitud que merecen; ejercer mi profesión a conciencia y dignamente; velar ante todo por la salud de mi paciente; guardar y respetar los secretos confiados a mí, incluso después del fallecimiento del paciente; mantener, por todos los medios a mi alcance, el honor y las nobles tradiciones de la profesión médica; considerar como hermanos y hermanas a mis colegas; no permitiré que consideraciones de edad, enfermedad o incapacidad, credo, origen étnico, sexo, nacionalidad, afiliación política, raza, orientación sexual, clase social o cualquier otro factor se interpongan entre mis deberes y mi paciente; velar con el máximo respeto por la vida humana; no emplear mis conocimientos médicos para violar los derechos humanos y las libertades ciudadanas, incluso bajo amenaza; hago estas promesas solemne y libremente, bajo mi palabra de honor”. (Juramento hipocrático, Declaración de Ginebra 1948).
Literalmente pide a cada médico hacer por otros lo que quisiera recibir de ser lesionado o encontrarse enfermo, una variante de la regla de oro que fundamenta, siguiendo al filósofo alemán Kant, toda moral: no hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti.
Basándose en pruebas de carbono y técnicas propias de la arqueología se encontró en varias cuevas evidencias de operaciones y tratamientos quirúrgicos que, repetimos, no se volvieron a efectuar hasta el siglo XX, lo que lleva a preguntar con qué instrumentos hacían las incisiones, cómo los desinfectaban y curaban las heridas, cuáles tradiciones condujeron a tales asombrosos métodos, más pensando que durante el Medioevo y prácticamente hasta inicios del siglo XX sangrar a los pacientes, de por sí debilitados por una dolencia, era lo usual, llegándose hasta aplicar sanguijuelas para que chuparan la sangre del pobre desventurado, como se contaba antaño.
Se dice que entre los incas trepanar cerebros para que pudieran salir “malos espíritus” era una práctica que el paciente sobrevivía, ya que el hueso del cráneo creció para cubrir la lesión.
Los incas dejaron cerámicas que mostraban diversas dolencias de la piel.
Cuidar la salud es un deber que nos involucra a todos
Pacientes se quejan de que indolentes enfermeros y parte del personal del Seguro, amparados por prerrogativas sindicales, arrastran los pies, no son del todo racionales y viven pendientes de la hora en que van a retirarse…
El trasfondo es que la salud de la población, la enseñanza de los niños (depositarios del futuro del país), la reparación de las escuelas, el equipamiento de clínicas no es una prioridad para el régimen, como lo comprueba el que hayan pasado fondos de educación y salud a la Casona, donde se los traga el gran agujero negro.
En manos de los directores del Seguro Social, del sector productivo y sus colaboradores que sostienen todas las instituciones, de las empresas que se ocupan de llevar médicos a examinar a su personal partiendo de que “una onza de prevención vale una libra de cura”, cada ciudadano debe hacer lo que esté en sus manos lograrlo para cuidarse, cuidar a su familia y a sus niños, asistir dentro de sus posibilidades a las personas en su entorno que necesiten ayuda…