La quema de ejemplares del Corán en Suecia ha suscitado un debate sobre los límites de la libertad de expresión, lo que en los países occidentales es un derecho fundamental siempre y cuando no infrinja la esfera de la intimidad o lo que constituyen secretos propios de una industria o quehacer que al divulgarse pondrían en grave peligro a una persona u organización.
Como sucede también con muchas profesiones, la Iglesia fundamenta una parte de su autoridad en el llamado “secreto de confesión”, que garantiza que lo confiado al sacerdote no será divulgado.
La quema de ejemplares del Corán, un acto repugnante y lamentable pero que ninguna autoridad puede prohibir —como no se le podía impedir al exalcalde Ernesto Muyshondt mostrar un mensaje para su familia en la sala del juicio— pone empero en peligro a suecos en el mundo, pues varios países musulmanes han exigido a Suecia lo que no se puede hacer en una nación libre: castigar a alguien por lo que es lícito, no solo quemar libros que para otras religiones son sagrados o inclusive la propia, sino manifestarse en Berlín contra el calentamiento global, la construcción de un ferrocarril en México o la agresión rusa contra Ucrania.
La rabia sin sentido que despierta el fanatismo en muchos condujo a agredir al poeta y escritor británico de origen indio Salman Rushdie por algo que escribió hace 35 años.
Todo esto es producto del fanatismo y la intolerancia de gran parte del mundo islámico, que lleva incluso a obligar a los países occidentales a cambiar sus normas y tradiciones para no agraviar a los inmigrantes musulmanes, aunque muchos regímenes mahometanos no son nada condescendientes con los cristianos y sus creencias.
Suecia acusó a Rusia de estar detrás de una campaña de desinformación sobre la quema del Corán, para exacerbar los ánimos de los islámicos.
Los libros sagrados para una u otra religión, incluyendo la cristiana, se basan en una revelación directa de Dios al pueblo escogido, un ángel que sirve de mensajero o el hallazgo de “evangelios perdidos”, siendo una blasfemia poner en duda que, en efecto, tal encuentro o tal milagroso suceso tuvo lugar. Se dice que el fundador de la Iglesia del Mormón encontró esos evangelios, como el Génesis, la parte donde un Dios que se muestra muy simpático pero ingenuo narra cómo puso en orden el universo. A partir de ese punto, la Biblia es un esplendoroso documento que recoge experiencias y la sabiduría del pueblo judío en su andar a lo largo de milenios, sabiduría que con frecuencia se expone en parábolas, proverbios, alegorías y otras enseñanzas.
Afirmar que se habló con Dios convence a muchos ingenuos
Hay, como es de esperarse, escépticos que cuestionan la posibilidad de que se pueda hablar directamente con Dios. Un caso es Carneades, un filósofo griego nacido en Cirene pero que enseñó en Atenas —lugar donde se congregaban los pensadores que descubrieron el intelecto y el espíritu—, quien al oír de Zeus, el dios que habitaba en el Olimpo y ordenaba el universo, dijo escuetamente: “Yo nunca he visto a ese señor…”.
Nadie tampoco, hasta donde sabemos, ha visto los espíritus que guían a los místicos en los Himalayas, aunque los principios que profesan pueden ser una valiosa guía moral para muchos.
En estos dorados tiempos muchos ingenuos caen en las redes de falsos predicadores, como lo evidencia el horror del suicidio en masa de los seguidores del “reverendo” Jim Jones en Guyana en 1978, a lo que se suma el que charlatanes predican y muchos ingenuos se lo crean, como el líder de una “religión” en Asia occidental que afirmaba haber hablado con Jesús, Moisés y el mismísimo Júpiter tonante… Aquí se incluyen los mismos ayatolas o imanes que emiten fatwas o condenas de muerte o mandan a incautos a inmolarse en actos terroristas con innumerables víctimas “en nombre de Alá”.