Un “tribunal” en Rusia condenó al periodista Vladímir Kara-Murzá, a 25 años de cárcel, acusándolo, sin presentar ninguna clase de pruebas, de espionaje, mientras que fue detenido el periodista Evan Gershkovic, del Wall Street Journal, por similares cargos.
En Rusia, como en nuestro El Salvador —“nuestro” aunque el aspirante a Sultán vitalicio pretenda que es su finca— desde 1917, cuando los bolcheviques usurparon el poder, se aplica un “estado de excepción” que anula el derecho de las personas a ser juzgadas por jueces independientes que se rigen por normas universalmente aceptadas bajo todo Orden de Derecho, normas y principios que se vienen cumpliendo desde hace milenios, como lo comprueba la estela del Rey Hammurabi, de Sumeria, en lo que es ahora Iraq, hace más de tres mil años.
En Rusia, al igual que en China, Cuba, Nicaragua, Irán, Norcorea y “nuestro” El Salvador, se dice que los jueces impuestos consultan con Capres, con el Kremlin, con el Partido Comunista, etcétera, la condena que deben aplicar, como desafortunadamente el Primer Ministro de Israel, Netanyahu, pretende que se haga en Israel.
En toda dictadura el uso de “pruebas” prefabricadas es lo que determina el resultado de un juicio, aunque más bien diremos que ANTES de iniciarse un proceso contra un disidente o un periodista ya se conoce el resultado. Los “jueces impuestos a dedo” se presentan en la sala pasados los términos que la buena ley señala, con frecuencia sin dar oportunidad a los acusados de defenderse, decir algo a su favor.
Es más grave aún. Los detenidos en “nuestro” El Salvador ni siquiera son presentados de inmediato ante un juez, sino que la soldadesca, “jueces de la calle” como los calificó su jefe, directamente los llevan a las ergástulas, centros que poco les falta para asemejarse a los campos de concentración nazis y los gulags soviéticos, de donde, de acuerdo con el carcelero mayor, “nadie jamás saldrá de allí”, como el Infierno que Dante Alighieri describe en su Divina Comedia.
Los encarcelan y torturan sin siquiera señalar cargos
Al hablar hace unos días sobre el David de Miguel Ángel, una de las obras escultóricas más hermosas jamas creadas, nos referimos a los “Esclavos”, también suyos, atesorados en la Galería de la Academia.
Esclavos son los seres víctimas de sus propios vicios, de su inhumanidad, de la pereza, de su desbordado narcisismo, el origen de los “couch potatoes” que pasan gran parte de su vida haraganeando. Es tan esclavo quien padece de megalomanía extrema, como Putin, los ayatolas iraníes, el desquiciado de Norcorea, al igual que personajes de circo como fueron Perón, Gadafi y son Lula da Silva y Ortega.
En uno de sus relatos, el gran escritor checo Franz Kafka, que escribió en alemán para universalizar su obra, narra en “El Juicio” la surrealista situación de un hombre que está siendo procesado pero que no sabe ni de qué se le acusa, como deben de pensar muchos de los capturados durante el “régimen de excepción”.
Desde finales de la Segunda Guerra Mundial y en primera línea “El Diario de Ana Frank”, se vienen conociendo las experiencias infernales de personas que sobrevivieron al Holocausto. Una de esas familias es precisamente la del periodista del Wall Street Journal, cuyos padres, judíos oriundos de Rusia, lograron escapar las persecuciones del estalinismo, pogromos que periódicamente se dan en Rusia y son el tema de “Violinista en el Tejado”, una encantadora película cuyo protagonista, Topol, judío, murió hace pocas semanas……