Una boda “nazi” montaron un par de desquiciados en México, lo que ha suscitado no solo críticas allá, sino memorias de uno de los capítulos más infames del siglo XX.
La pareja escogió el 29 de abril, la fecha cuando Hitler se casó hace 77 años con Eva Braun, la mujer que murió con él en un pacto suicida en el búnker de Berlín donde se habían refugiado cuando tropas rusas prácticamente habían tomado la ciudad y no era posible continuar resistiendo.
En esas últimas semanas los nazis habían reclutado hasta niños de doce años para resistir el avance ruso, pero literalmente la batalla estaba perdida.
En la boda, en Tlaxcala, en el centro de México, el novio vistió un uniforme de oficial nazi y usaron vehículos alemanes de la época, de seguro escuchando himnos propios del Tercer Reich.
Cualquier persona que haya visitado los restos de un campo de exterminio nazi no puede menos que estremecerse del recuerdo, pues además de salones exhibiendo pertenencias recogidas de las víctimas también puede ver galerías de fotos tomadas a los que iban ingresando.
Nosotros visitamos Auschwitz, ahora en Polonia, lo que deja una huella imborrable en la memoria. Todos los fotografiados muestran rostros perplejos, algunos sombríos: en la “exposición” que vimos únicamente hay tres fotos de personas sonrientes: una monja y dos gitanos, muchachitos pertenecientes a un grupo humano que los nazis intentaron exterminar.
—en un salón se exhiben las escudillas donde los confinados recibían sus míseras raciones de alimentos;
—en otro pueden verse los gorros de los reclusos, recogidos cuando se documentó ese capítulo de horror.
Pasar el umbral del campo, un portón con la leyenda “arbeit macht frei” (escrita en mal alemán) es entrar en un infierno, donde el suelo mismo transmite esa angustia, desesperanza absoluta, lo que lleva a muchos de los visitantes a hacer el recorrido entre lágrimas, pues se va de estremecimiento en estremecimiento...
Al caer el Tercer Imperio, como pomposamente lo nombre Hitler, Der Dritte Reich, los Aliados documentaron en fotografías las montañas de cadáveres, aunque algunos prisioneros lograron sobrevivir. Se cuenta de una joven mujer, seguramente casi esquelética, que un soldado estadounidense encontró al entrar en el campo del horror y le preguntó “¿dónde están las demás señoritas?”. Ella se asustó, pues por mucho tiempo la habían llamado “perra”. “Yo soy judía”, respondió, a lo que el soldado, quitándose los lentes oscuros y revelando ojos llorosos, le dijo: “Yo también soy judío”.
La joven fue atendida médicamente y él estuvo pendiente de ella hasta que eventualmente se enamoraron y se casaron. Ella es la escritora y activista de derechos humanos Gerda Weissmann Klein, cuyo relato autobiográfico del Holocausto, All but My Life (1957), fue adaptado para el cortometraje de 1995 One Survivor Remembers, que recibió un premio de la Academia y un premio Emmy.
Que haya desquiciados, inclusive en Alemania, que admiren el nazismo e inclusive que formen grupos neonazis, los que están proscritos en Alemania, demuestra la insensibilidad, la asquerosa postura de tantos en el mundo.
Cada desplante neo-nazi es una afrenta a la humanidad
Lo que sin duda atrae a desquiciados morales a asumir tales posturas es sentirse que son dueños de vidas y destinos ajenos, que a su antojo pueden decidir lo que a sus perseguidos les toca, lo que se refleja en las persecuciones y apresamientos montados en nuestro propio país El Salvador, en Nicaragua y Cuba.
El Centro Weisenthal, con sede en Los Ángeles, ha condenado esa afrenta a la memoria de tantas víctimas de la demencia de un individuo, muy similar en sus rasgos a la agresión del criminal de guerra Vladimir Putin a Ucrania, una guerra que ha causado destrucción y muerte en ese país agredido, pero también decenas de miles de soldados rusos muertos, lisiados, con sus vidas destrozadas.