Muy pocos días antes de la Navidad de 1818, el órgano de la iglesia de San Nicolás de Oberndorf, cerca de Salzburg, en Austria, se arruinó, para consternación del párroco de 26 años, José Mohr. Como era imposible repararlo antes de los servicios de la Nochebuena, Mohr pidió ayuda a su amigo, el organista Francisco Xavier Gruber, entregándole al mismo tiempo unos versos que acababa de escribir. Gruber compuso música para el poema y ambos lo cantaron durante la noche de Navidad con el acompañamiento de la guitarra de Mohr.
Fue esa la vez primera en que se oyó la canción "Stille Nacht, heilige Nacht..." ("Noche silenciosa, noche santa", que conocemos como "Noche de paz, noche de amor..."), melodía que en todo mundo evoca la magia navideña. La celebración de la Nochebuena es ya una tradición universal, aun en los pueblos no cristianos, pues su mensaje de amor, de ternura y de sosiego, cautiva a todos los buenos corazones.
La Navidad no la creó ningún soberbio dictador o rey terrenal por decreto, sino Dios, que quiso enviar a su Hijo al mundo como vástago de una tierna jovencita y un joven carpintero, en un comedero de animales (porque no había lugar para ellos en el corazón del hombre) y entre pastores y magos de Oriente, en la noche más luminosa y angelical de la humanidad...
La Navidad es, primordialmente, una celebración para los niños, una fiesta de familia. De las memorias más bellas y tiernas que puede alguien tener de su infancia, muchas son de Navidades felices al lado de los padres, junto a parientes y amigos que comparten la alegría y las emociones de esas horas.
La Navidad es la cena íntima, los árboles decorados y los villancicos, los "nacimientos" tan propios de nuestra cultura latina y el San Nicolás, "Santa Claus", que nos trae regalos y que lleva nuestros presentes a las personas que queremos, admiramos o deseamos agradar.
Debe de haber algún santo amigo de San Nicolás que se ocupa de las cenas navideñas, dándoles el sabor y el ambiente cuyo recuerdo, por lo general, nos es más grato que el de los presentes recibidos. Jesús Nuestro Señor bendijo los banquetes y el hermanazgo que nace y se nutre en ellos. Comer juntos en ocasiones festivas, regocijarse con otros, crea vínculos muy fuertes entre las personas. Todo eso nos ayuda a preservar el espíritu navideño por el resto del año.
Es triste pensar que para esta Nochebuena habrá tantos niños sin regalos, sin sus tamales, con los cuales celebrar esta linda fecha. Muchos irán a la misa del Gallo a revivir el Milagro del Pesebre y de los pastores; otros, de seguro, dormirán y en sus sueños van a encontrarse con San Nicolás, en su mansión de diamante, quien les llevará a ver las fábricas donde se hacen los juguetes.
Compartamos el pan y la solidaridad
Este veinticuatro compartamos nuestro pan y nuestra alegría con algún desdichado, o reconfortemos al niño sin juguete, dándole uno de los nuestros. La sonrisa de ese niño será el mejor obsequio de la noche.
Pero también oremos y solidaricémonos con las familias que se empobrecen más cada día por las erradas políticas económicas y el despilfarro gubernamental; con las madres de inocentes encarcelados bajo el estado de excepción y a quienes no les dan cuenta de sus hijos; con las comunidades amenazadas ahora con el envenenamiento de sus ríos y medio ambiente por las mineras a las que se les ha abierto la puerta.
Nuestro pensamiento va además hacia aquellos connacionales amenazados por el plan de deportaciones masivas de Donald Trump, con las familias que temen ser separadas sin ninguna compasión ni consideración a su arraigo, trabajo, tributos y aportes al desarrollo de los Estados Unidos.
Esta "noche de paz" roguemos al Altísimo por todos ellos y por nuestro El Salvador...