Alemania y el mundo libre conmemoraron esta semana la caída del Muro de Berlín, el de la Infamia, sucedida hace treinta y cinco años, cuando casi de golpe la Alemania comunista colapsó y dio inicio a la superación de conflictos y guerras entre las naciones europeas y los demás pueblos.
Esa barrera entre la libertad y la locura totalitaria fue derribada por los mismos pueblos que desde el final de la Segunda Guerra Mundial mantenía aprisionados en Europa Oriental, al punto que quien intentaba escapar era asesinado a tiros de inmediato.
Los tiranos que dominaban esas naciones las hacían llamarse "democráticas" y se ufanaban de ser los "paraísos de los trabajadores", aunque privaban la miseria, las necesidades, la escasez de todo y prevalecía un Estado policial, como en Cuba, Venezuela o Nicaragua.
En su momento el "Muro" se desplazó desde el norte de Finlandia hasta la frontera con Irán, un muro edificado por la ya difunta Unión Soviética para impedir que los pueblos se sacudieran el yugo y en masa cogieran rumbo a Occidente, a la libertad.
Meses antes de la caída del muro muchos habitantes de las naciones subyugadas se habían trasladado a Hungría, desde donde era relativamente más fácil emprender la fuga, ya que el gobierno estaba en manos de Janos Kadar, quien heredó el poder de Imre Nagy, el reformista.
Hungría tuvo un levantamiento popular contra los comunistas rusos en 1956, que fue aplastado sin piedad por tanques soviéticos y que conmovió al mundo entonces. Los húngaros tomaron como bandera el pabellón de su país, pero sin la hoz y el martillo, arrancadas en señal de rebelión contra el totalitarismo comunista. Los encuentros tuvieron lugar en la plaza del Oktogon, donde confluyen ocho calles. El jerarca soviético Nikita Jrushchov dirigió la represión.
Una preciosa película húngara, Kolia, describe la historia de un húngaro a quien dejan en depósito un niño mientras la madre tiene que salir de viaje y que estuvo a punto de ser castigado por el hecho precisamente en los días cuando colapsa el régimen y la soldadesca rusa tiene que replegarse en una moribunda Unión Soviética, la misma que el criminal de guerra y asesino serial Vladimir Putin quiere recomponer a un espantoso costo de vidas humanas, calculado en un millón de soldados rusos muertos o lisiados.
Pero las vidas de soldados, de civiles afectados por una guerra, el terrible dolor de los desplazados, la destrucción de infraestructura, no conmueven a esos monstruos, que al igual que a Xi Jinping y la camarilla comunista que por el momento controlan China no les afecta en sus madrigueras.
Se trata de la "carne de cañón", los seres humanos que en contra de su voluntad son enviados a la muerte, como es el caso de las tropas chinas y de Taiwán que serían sacrificadas por el capricho de la dictadura china de hacerse con una isla que nunca controlaron.
China no sigue las enseñanzas de Confucio sino las del genocida Mao
Los comunistas chinos tienen la desvergüenza, el cinismo, de pedir a los taiwaneses que viven en democracia, que acepten vivir en una opresiva dictadura como le ha sucedido a Hong Kong.
Pero como "no hay mal que dure cien años", más y más la población china da sutiles muestras de su descontento, de su repudio al sistema que los oprime, siendo una de ellas el que en las calles de Pekín y otras ciudades miles de jóvenes salieron a correr en bicicletas, como asimismo muestran a los transeúntes hojas de papel en blanco...
China bien pudo haber seguido las enseñanzas de Confucio, un filósofo y pensador profundo de talla mundial, pero en cambio adoptó las supersticiones y los disparates de Mao Zedong, cuyo paso por la historia se marcó con la muerte por hambre de más de sesenta millones de seres humanos...