El mundial de fútbol ha arrancado pero sin alcohol en las graderías ni en las cercanías, lo que llevó a un jugador que tomará parte en la competencia a decir que si los “hinchas” no están semi-alcholizados eso los obliga a desempeñarse con mayor brillantez, pues parte del entusiasmo de las graderías se deriva precisamente del etílico…
Pero todo consumo desmedido de alcohol, “nos guste o no nos guste”, hace mal al organismo, por lo que prohibir su ingesta, al igual que la prohibición del tabaco, es de las pocas reglas con algún sentido del Islam.
Los antiguos egipcios pagaban parte del salario de los trabajadores con cerveza, como vamos a suponer era la costumbre de los sumerios, la primera civilización que registra la historia, que narra cómo los hijos de Noé se burlaron del patriarca al verlo borracho y desnudo.
En algún momento del Neolítico, cuando el hombre recién salía de las cavernas, por casualidad se encontró que un recipiente medio abandonado con granos había tomado un carácter especial muy agradable. Desde entonces “empinar el codo” es una costumbre urbi et orbi, sea con medida o con desenfreno, como se dice sucede en esta tierra nuestra, la que más consumo de alcohol per cápita tiene en el mundo, una desgracia para personas, familias, comunidades.
El traguito antes de cenar es peligrosísimo; personas que creen que tal costumbre es inocua cuando por alguna desgracia tienen que ser hospitalizadas y obviamente no reciben su cucharada diaria comienzan a ver diablos azules, como en la clásica película de Disney, “Fantasía”.
Con motivo del campeonato muchos han criticado el lamentable historial de atropellos a trabajadores, obligados a laborar en los espantosos calores del emirato (en parte para montar las estructuras de los estadios climatizados) sin que sus familias sean compensadas cuando éstos han muerto.
La FIFA rechaza las críticas, señalando que los países occidentales deben revisar sus antecedentes, que van desde traer esclavos de África hasta los trabajos forzados de miles de rusos para construir el Palacio de San Petersburgo, pobres almas que en parte morían de beriberi, de comer granos sin al mismo tiempo ingerir vegetales, una desgracia que causaba la muerte de millones y millones de chinos y de marineros que pasaban meses en alta mar. Marineros de todas las nacionalidades, con excepción de los tripulantes ingleses, que gustaban tomar su ron aderezado con jugo de limón…
No hay ni árboles ni manglares en el casi desértico emirato
Catar es una península cuya única frontera es con Arabia Saudita y donde la altura máxima del territorio es de apenas metro y medio sobre el nivel del mar, similar a Siam. De llegar a subir el nivel del mar, como se dice que ocurrirá lentamente hasta sumergir el emirato, la solución es similar a la aplicada por los holandeses: construir diques; la tercera parte de Holanda está debajo del nivel del mar.
En Catar, se nos dice, prácticamente no crecen árboles, más o menos como Funes dejó el Parque Infantil o Nayib dejó la Plaza Cívica, un arboricido sin piedad para “tomar posesión frente al pueblo…”.
Es un enigma el motivo por el cual el emirato no siembra manglares para cuidar las costas y enriquecer la vida marina frente a sus costas, como era en El Salvador hasta que un ministro rojillo de apellido Álvarez autorizó la tala de los manglares; pocas zonas de la costa se libraron de la descabellada medida…