Hiroshima, donde se celebró la reunión de las siete grandes potencias industriales democráticas, el simbólico marco de un rechazo a toda forma de violencia institucional, es un esplendoroso ejemplo de la economía de mercado, la fórmula que hizo el milagro de la reconstrucción alemana y fue el esquema aplicado tanto por la devastada nación japonesa como por los “Tigres del Asia” para salir de la pobreza, de los efectos de guerras y calamidades milenarias.
Hiroshima se reconstruyó gracias a la disciplina de sus pobladores, que supieron superar el horror de su tragedia dejando atrás el pasado y enfocándose en el futuro, en dotar a las actuales y venideras generaciones de las herramientas y las posturas que les permitan labrar su felicidad, cuidarse a sí mismas, a sus familias y su nación.
Todo se ha hecho acatando las libertades esenciales de toda democracia, lo cual en gran parte se fundamenta en el eslogan de los liberales europeos de “dejar hacer y dejar pasar”, lo que incluye una libertad de expresión sólo limitada para evitar las transgresiones a la intimidad ajena.
Japón cuenta con algunos de los más importantes órganos de comunicación del mundo, como el Asahi Shinbun, que brilla por sus reportajes investigativos, el examen minucioso de la sociedad japonesa, los desafíos que enfrenta y las perspectivas que se encuentran en el futuro.
Hiroshima, al igual que otras urbes japonesas, es asiento de industrias, universidades, centros de investigación, tanques de pensamiento, que conviven al lado de lo relacionado con el turismo, tanto interno como externo, la gastronomía, las artes, todo basado en el respeto a patentes y tecnología foráneas.
Sus consorcios, su quehacer y al igual como en Estados Unidos y Europa, se sostienen con inversiones que en su mayoría se venden y compran en las bolsas tanto internas como externas, lo que obliga a sus directores e inclusive las familias de fundadores como Honda y Mikimoto a cuidar las empresas, procurar en lo posible su engrandecimiento.
El esplendor de lo que es Japón inspira a los hombres de bien
Los extranjeros que toman los trenes rápidos entre las grandes urbes japonesas se sorprenden al ver, a lo largo de la ruta, fábricas tras fábricas tras fábricas… lugares de trabajo donde la mayoría del personal se siente ligado de por vida, lo que hace de la producción no sólo un reto de mercados sino de orgullo y dedicación personal, lo que no excluye que exista movimientos de personal en todos los niveles; cada uno tiene el derecho de buscar su propio desarrollo, como también se dan, como en toda sociedad, los locos, los criminales, los sinvergüenzas, que buscan cómo vivir a costa de otros.
El Japón tiene una arraigada cultura de cuidar sus traiciones, en parte simbolizada por su monarquía, una de las más antiguas del mundo. Las historias de sus guerreros y sus luchas, el cuidado reverencial hacia templos, armaduras, espadas, la preservación de centros históricos…
Se dice, “con un grano de sal”, que todo japonés siente albergar en su corazón el espíritu de los Samurai, los grandes guerreros de la antigüedad, revivir en sueños las rivalidades entre shogunes, los señores de la guerra de tiempos pasados que concentraban mayor poder que los emperadores.
Los hombres de buena voluntad estamos todos en Hiroshima…