Dos escenarios de horror se presentan a los ojos del mundo en estos momentos: la continuada carnicería de tropas en los diversos frentes de Ucrania, donde diariamente mueren soldados y civiles en la agresión iniciada por el criminal de guerra y demente Vladimir Putin, como la desencadenada en Gaza, Palestina, tras la agresión de Hamás contra cientos de civiles indefensos en Israel el pasado 7 de octubre.
Por una parte, Arabia Saudita ha advertido a Israel que la incursión en Rafah traerá “muy graves consecuencias”, mientras que por la otra el primer ministro israelí Netanyahu afirma que no proceder con la invasión “será el equivalente a perder la guerra”, una postura que rechazan tanto la Unión Europea como las Naciones Unidas, además de que eso causa un grave encontronazo con la dictadura egipcia, el aliado más importante de Occidente en el Oriente Próximo.
El llamado que tanto las Naciones Unidas como los europeos hacen es que se acuerde un cese de fuego inmediato, que se negocie el intercambio de rehenes y presos y que se permita la entrada de asistencia humanitaria de inmediato.
Quienes somos ajenos directos a esas tragedias, sin embargo, no podemos menos que consternarnos profundamente por lo que sucede en todo teatro de guerra, desde la conflagración en Etiopía que está a punto de provocar una hambruna similar a las que el mundo presenció en la década de los Setenta en Biafra, al igual que nos conmueve todo aquello que afecta a diversos grupos humanos, se trate de las imposiciones y asesinatos de los enloquecidos militares de Myanmar (antes Birmania), o lo que sucede en tantas naciones africanas y en el sudeste de Asia.
No se trata de “perder la guerra” al cancelar la ofensiva contra Rafah, sino de reflexionar y pensar en las víctimas inocentes —niños, civiles, personas mayores y quienes sufren impedimentos físicos de la naturaleza que sea—, como varias instancias cívicas, gubernamentales o involucradas en sostener procedimientos humanitarios, compasión, hacia quienes sufren más y más en conflagraciones sin sentido.
Los enloquecidos terroristas de Hamás lanzaron una agresión bárbara contra Israel sin considerar que eso provocaría una respuesta igualmente violenta y que ello acarrearía inmenso dolor y destrucción a su propio pueblo. Hay muchas historias de niños palestinos que murieron sin lograr el auxilio que pedían, de niños israelitas que los desquiciados de Hamás asesinaron, desmembraron o secuestraron sin que, en muchos casos, se sepa su paradero.
Liberémonos de odios satánicos, de lo que envenena y envilece
Las trágicas consecuencias de odios sin sentido entre grupos humanos, personas y familias se exponen, entre muchas otras obras literarias y sucesos, en el drama “Romeo y Julieta”, ambos que mueren trágicamente pese a su amor, por la discordia entre dos familias, los Capuletos y los Montescos. Como algunos piensan, “me asquea en todo sentido ese individuo, pero en ningún momento me convertiré en criminal para matarlo...”.
El horror que presenciamos en tantos incidentes de violencia, de agresión, como en el abominable caso de lo sucedido a Alejandro Muyshondt y los presos políticos del actual régimen en nuestro país, exhibe los excesos en los que pueden hundirse familias, grupos humanos y naciones por odios “insuperables”, por caerse en lo irracional y lo satánico...