Ucrania está identificando a criminales de guerra, soldados rusos que disparan y matan civiles por la espalda que en ningún momento fueron amenaza para la tropa. Valiéndose de programas de reconocimiento de rostro, buscando en plataformas y redes sociales como Facebook lo que tales criminales han dejado, se reconstruyen imágenes y se identifican para luego procesarlos.
Recurrir al asesinato de opositores, de personas que han caído en sospecha, es la práctica permanente de la dictadura del desquiciado criminal de guerra y envenenador Putin, que lleva tras sí muchas muertes “sospechosas”.
El periódico El Español da cuenta de al menos cien asesinatos que se han vendido como “muertes fortuitas” interconectadas con el régimen de Putin, tanto en Rusia como en el resto del mundo.
Por ejemplo, el hasta hace muy poco director de la entidad que maneja el gas y petróleo en Rusia murió al caer desde una ventana de un hospital; como dicen analistas, las ventanas de edificios donde laboran personajes que han caído bajo sospecha SIEMPRE funcionan mal.
Es muy significativo que al notificar la muerte de esa persona se informó que se había “suicidado”.
La lista de adversarios de Putin que mueren en extrañas circunstancias es larga, incluyendo muertes fuera de Rusia, entre ellas los disidentes que fueron envenenados en Inglaterra con polonio, una sustancia tóxica en extremo pero que deja rastros, los que entonces conducían al Kremlin.
Hasta qué punto puede Putin continuar con sus depredaciones, sus crímenes y sus represalias a los países que apoyan a Ucrania, entre ellos Francia, a la que han cortado los suministros de gas, queda por establecerse, pero haber fracasado estrepitosamente en lo que iba a ser una “operación especial de dos semanas” en el vecino país lo debilita enormemente.
El mundo está consciente del terror de Putin, pero el bukelismo muestra apatía
Hasta el momento el criminal de guerra y envenenador ha venido actuando con plena impunidad, ya que “nadie se atreve a ponerle el cascabel a ese gato”, pues a través de informantes, de escuchas telefónicas, de denuncias encubiertas, el régimen se anticipa a cualquier acción para neutralizarlo y toma fulminantes medidas (envenenar, acuchillar, dispararles, lo que se “adapte mejor” para silenciar a disidentes y aquellas personas que se mueven en su contra, según se ha denunciado).
Pero derramar sangre de personas inocentes, de funcionarios y de cualquiera que se atreva a protestar por la guerra o en su contra tiene sus límites en la edad de la información y frente a las organizaciones que velan por los derechos humanos.
El coro mundial en contra del criminal Putin es literalmente ensordecedor; no hay publicación en las naciones democráticas y en foros internacionales donde no se denuncien las atrocidades perpetradas por Putin y sus secuaces, como para el caso, lo que otras dictaduras incluyendo la que se ha instalado en nuestro suelo, exponen. El bukelismo se muestra ajeno a ello.
Con el nazismo e inclusive el fascismo de Mussolini hubo una especie de silencio cómplice sobre lo que sucedía en Alemania, pues era imposible que los representantes de muchos países no se dieran cuenta del horror que tenía lugar, hasta que un periodista sueco lo denunció públicamente. Pero se sabe que muchos callaron, como fue el caso de Henry Ford, lo que extraña hasta el día de hoy.