Viktor Orbán, el autocrático presidente de Hungría, estuvo de visita en Washington, sin duda intentando quitarse las acusaciones de ser un populista que paso a paso ha ido convirtiéndose en un dictador y limitando las libertades esenciales de la población.
No es extraño que en los países que formaron parte de la ahora despanchurrada Unión Soviética existan sectores y políticos que quieren recuperar el poder que tuvieron —lo que ha dado lugar, entre otras desgracias, al entronizamiento del criminal de guerra y envenenador Putin en Rusia—, que con frecuencia enarbolan la bandera comunista como al surgimiento de movimientos neo-nazis en esos territorios; en lo que fue Alemania Oriental estos grupos han ido proliferando, pese a las estrictas medidas que el gobierno alemán del presente toma contra ellos.
El esquema que ha ido montando Orbán tiene mucho en común con “las tradicionales etapas” por las que un mesiánico pasa en su camino hacia el poder, que esencialmente son las siguientes:
—inventarse un enemigo, sea interno como externo, a quién acusar de males y sufrimientos que en toda sociedad se dan, para presentarse como el campeón de los pobres, “de las clases menos privilegiadas”, la típica lucha de clases que se pregona desde tiempos inmemoriales, como se dio con las élites de la sociedad romana y los plebeyos;
—Orbán, apoyado por masas ciegas de húngaros, ha emprendido los pasos siguientes:
—formar un partido político que, a través de regulaciones y privilegios, se ha ido convirtiendo en la entidad única.
Eso coincide con los meneos que se sufren en nuestro país para hacer de “Nuevas Ideas” el partido que da beneficios a algunos de sus seguidores, pese a que el dinero “alcanza menos y menos cada día que pasa” ya que misteriosamente —o no tan misteriosamente— se esfuma.
Tal es la razón por la cual municipios regidos por militantes del partido oficial, o que cambiaron banderas, están recibiendo en un año lo que antes se recibía en un mes. Como es de rigor en todas las dictaduras en proceso, las restricciones a la libre expresión son “lo normal”; perseguir en una forma u otra a quienes se salen de la canción oficial, tanto en Hungría como acá, es lo esperado.
En Rusia la disonancia, ir contra la mentira propagada por el régimen respecto a todas las facetas de la vida pública, reviste toda clase de truculencias, pues inclusive se llegó a asesinar a una crítica del criminal de guerra Putin: su cuerpo se encontró embolsado…
La censura, empero, se vuelve contra los censores al cerrar los ojos de los perpetradores ante las realidades por una parte y la necesaria renovación de políticas que conduzcan al desarrollo.
A mayor represión y corrupción más y más gente “vota con los pies”
La regla, tanto en Hungría como acá, es que las dictaduras empobrecen, tanto por la corrupción (los dictadores y sus secuaces roban a manos llenas, como está sucediendo en Venezuela) como por el hecho de que los emprendedores, los creadores de riqueza, comienzan a buscar mejores lugares hacia donde moverse, trasladar sus actividades, mientras la gente a su vez “vota con los pies”, busca refugiarse en otra parte.
Es lo que está sucediendo en Venezuela, pues más venezolanos han escapado de su país que sirios del suyo; el éxodo de venezolanos que huyen de la narcodictadura chavista es el segundo más grande del mundo después de los ucranianos.
Según las estadísticas de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés), desde octubre pasado hasta julio, un total de 84,104 salvadoreños han sido detenidos intentando ingresar a Estados Unidos de forma irregular.
Esto significa que cada día son detenidos 276 salvadoreños en promedio buscando cómo escapar el creciente descalabro que se sufre en este suelo, sin contar a los que logran pasar o desisten a medio camino…