El régimen de Bukele canta victoria en la guerra contra las pandillas, algo que la población ve bien, pero no así los abusos que las fuerzas militares y policiales están cometiendo contra gente inocente ni que muchos de los detenidos estén saliendo muertos de los presidios, como se dice que ha ocurrido en una veintena de casos.
El grupo en el poder se ufana de que ha llevado a la cárcel a 36,300 personas en dos meses, a las que como cualquier árbitro o señor feudal califica de “terroristas” en su totalidad, sin distinguir entre culpables o inocentes.
Según las últimas encuestas, si bien la población celebra que se combata a las pandillas, está en desacuerdo con las capturas arbitrarias o al antojo de soldados o policías, no le parece que los detenidos pasen 15 días en prisión sin que se les presente ante un juez que defina su situación y sin que se les permita ver a un abogado.
Por muy entusiastas que se vean al inicio, los encuestados van dudando cuando se les pregunta si avalan los procedimientos de capturas porque piensan quizá que un día pueden ser ellos y porque, como enseña la razón, “El fin NO justifica los medios”, ningún crimen puede justificar otros, pues de lo contrario se cae en “guerras sucias” en que la población es la víctima y las victorias son de papel, anodinas, no perdurables, pura fantasía.
A esto se agrega que no hay una justicia confiable en El Salvador, porque no se sabe si realmente los jueces abren procesos formales contra los detenidos porque haya pruebas contra ellos o para no quedar mal contra el régimen bukeliano, sobre todo si tomamos en cuenta que en septiembre una tercera parte de la judicatura fue sustituida por juzgadores impuestos. La historia se ha repetido entre fiscales, policías y empleados de los tribunales y seguridad pública.
La última, infernal ocurrencia es ordenar la captura de toda persona que en algún momento haya estado detenida, aunque fuera por 72 horas o haya sido liberada de cargos (sobreseída) al no poderse demostrar culpabilidad alguna, o porque se le confundió con otro.
Por nombre es que llegan a domicilios, a lugares de trabajo, a donde sea, a aprehender a personas, aunque hayan pasado años desde esa captura y que el señalado sea en la actualidad muy estimado, que haya dejado de beber cuando los pecados fueron resultado de una borrachera…
Nada vale. Los capturan, los llevan a esos infiernos montados a la demonia, donde los golpean y patean, en ocasiones los matan. Se dice que desde que inició el estado de excepción o de sitio 20 personas han sido asesinadas, sus cuerpos con señales de tortura son entregados a sus familiares…
A este espanto se agrega que el carcelero mayor, a quien Estados Unidos sancionó bajo acusaciones de propiciar encuentros y pactos pandilleriles, no informe ni diga nada de estos crímenes…
Ahora cualquiera está expuesto a ser llevado a esos infiernos
Si alguien iba conduciendo bajo el efecto de muchos roncitos y lo obligan a pasar la cruda en bartolinas, está expuesto ahora a que lo metan dentro del infierno y corra riesgo de que lo asesinen si se pone respondón, aunque haya dejado de beber con la ayuda de esa noble organización que es Alcohólicos Anónimos.
Más de alguno debe de pensar que a los policías a quienes se encarga capturar para llenar cuotas “o quedar bien con sus superiores” reciben cursos para torturar, como los talibanes en Afganistán y muchos de los soldados rusos que matan civiles en Ucrania.
Iván el Terrible de Rusia, muchos de los reyezuelos del Medioevo, el personaje que dio lugar a la leyenda de Drácula, Enrique VIII de Inglaterra, el criminal de guerra y envenenador Putin… todos quieren reinar por el terror, como hoy en día el cubano Díaz-Canel, Ortega en Nicaragua y Maduro en Venezuela.