Cristo murió en la Cruz por nosotros, para lavarnos del pecado original. Antes de la Pasión de Jesús, el hombre cargaba con la culpa del género y sufría el mismo castigo en su inocencia o en su perversidad. El inmenso sacrificio del Gólgota nos convirtió en los responsables de nuestra propia salvación o condena. La prédica de Jesús —sobre todo en la parábola del Buen Samaritano— encierra un inequívoco mensaje: no hay una culpa, o ninguna virtud, que comparta la totalidad de los miembros de un grupo o una nación, por el hecho de pertenecer a esa comunidad. Hay crímenes colectivos, pero no en el sentido de abarcar al que inocentemente estaba allí, sin involucrarse. Cada quién debe responder por sus acciones.
La Semana Santa, piadosamente observada en una época y pretexto para vacacionar en otras, permite al buen cristiano reflexionar sobre los misterios de la Pasión de Nuestro Señor y hacer un examen de la propia vida.
La conmemoración surgió como una interpretación cristiana de los ritos de primavera del paganismo, las ceremonias con las que se despedía al crudo invierno y se propiciaban las siembras y las labores de la agricultura. Todos los pueblos primitivos han admirado y adorado la resurrección de la naturaleza después de la aparente muerte de las plantas y los campos, debido al clima o a causa de las vivificadoras inundaciones de los grandes ríos. En Judea, la primavera anunciaba el reverdecer de la campiña, corroborando la existencia de un ciclo que se muestra en el nacer, el florecer, dar fruto, envejecer y morir, para comenzar de nuevo. Pero también en Egipto y en Mesopotamia sucedía lo mismo: las inundaciones regulares del Nilo, el Tigris y el Éufrates, producto del deshielo de las montañas que alimentan sus caudales, presentaban a los hombres el milagro del revivir, de revitalizar lo que se había extinguido. “Easter”, el término sajón para denominar la Pascua, se deriva del nombre de la diosa de primavera, Eostre, pero también tiene sus raíces en la fiesta judía de La Redención, cuando Yahveh liberó a los judíos de la servidumbre.
En el libro del Éxodo, el Señor dice a los judíos: “Pasaré encima de vosotros y ninguna plaga os destruirá, cuando yo destruya la tierra del Egipto”. Desde entonces, los judíos celebran su festividad el decimocuarto día del mes de Nisán, fecha que fue escogida por cristianos gentiles, o sea no judíos, para conmemorar la Pasión del Señor Jesucristo. Pero más tarde, en el siglo IV, Constantino el Grande, el que decretó el cristianismo como religión oficial del Imperio Romano, fijó el domingo siguiente al 14 de Nisán como el día del año en que Cristo resucitó. La fiesta es ahora móvil, cayendo el domingo que sigue a la primera luna llena después del equinoccio de primavera.
Palabra y tradiciones nos hacen
reflexionar sobre la Pasión
En los viejos tiempos, cuando la iglesia, el templo, la catedral y la abadía eran las más importantes o las únicas construcciones de significado, y cuando las comunidades apenas tenían unas pocas diversiones, las celebraciones de la Semana Santa ocupaban gran parte del interés y los quehaceres de la gente. Así surgieron cofradías, se planificaban con meses de antelación las ceremonias, se trabajaba en los pasos, se esbozaban las “alfombras” multicolores sobre las cuales pasaba la procesión, se establecían jerarquías entre los fieles. Sin espectáculos, con apenas la música de unos pocos instrumentos, sin color en sus vidas y sus entornos, sin otros pretextos para montar actos multitudinarios, la Semana Santa cautivaba al pueblo por encima de cualquier otra manifestación colectiva.
Esos grandes despliegues de emoción y color se pueden contemplar ahora en las “semanas santas” que se realizan en grandes ciudades españolas como Valladolid, Granada, Córdoba, Úbeda, Cuenca.
Pero la que sobresale en gracia y majestad es la de Sevilla. Como en la mayor parte de poblaciones del mundo ibérico, cada barrio de la ciudad se esfuerza por ser el que presente los más lindos pasos y exhibe la mayor devoción, además de decorar con esmero e ingenio sus iglesias, templos y altares. Ese orgullo de parroquia se encuentra en Sonsonate más que en ninguna otra ciudad de El Salvador.
Pero hay un sentido más profundo de la Pasión del Señor que va más allá de lo estrictamente litúrgico. Los grandes horrores y genocidios de este siglo se derivaron del escarnio hecho a la Buena Doctrina: los nacionalsocialistas bajo Hitler buscaban exterminar a todos los miembros de la nación judía, indistintamente de sus bondades o de sus infamias; los comunistas persiguen e inmolan al burgués, al “kulak”, al capitalista, sin que valga la conducta personal. La barbarie clasista crucificó al Mesías y condujo, veinte siglos más tarde, a Auschwitz, al gulag soviético y las cárceles cubanas.