Los chilenos acaban de darle una gran lección a los populistas, incluyendo a los bukelianos salvadoreños, al rechazar una nueva constitución y mantener la que ha regido por décadas al país sudamericano y acompañado su desarrollo político, social y económico contemporáneo.
Si bien las sociedades son cambiantes y necesitan modernizar sus instituciones, es claro que el proyecto de cambiar la carta magna chilena no fue efecto pleno de un espontáneo clamor del pueblo, sino una respuesta del gobierno de Piñera para apaciguar a los grupos incendiarios que asolaban a Santiago y otras ciudades en 2019.
Para la extrema izquierda es un lastre vivir con una constitución que dejó Augusto Pinochet y un senado que fue su aliado y refugio. La exigencia de cambiar la constitución pareció más una venganza y un berrinche que una necesidad real y urgente, por lo que pretendieron vender con palabras bonitas una “plurinacionalidad” indígena y un catálogo de derechos sociales en salud, aborto, educación y pensiones, medio ambiente, protección de nuevos derechos y más de lo que muchos consideran “dulces envenenados”.
Pero José Miguel Vivanco, exdirector de la división de las Américas de Human Rights Watch, dijo a The Washington Post que Chile es un “caso único de un país que rechaza democráticamente una oferta populista atractiva y seductora” que sólo acabaría con esa nación, agregaríamos nosotros.
Según Vivanco, los chilenos han demostrado que no se creen el argumento de que con cambiar la carta magna mejorarán las condiciones o que el populismo es imbatible.
En el caso de El Salvador, ya el abogado y columnista de El Diario de Hoy, Salvador Enrique Anaya, definió los esfuerzos del bukelismo para cambiar la Constitución: una “payasada”.
Realmente lo que les estorba es que nuestra Carta Magna, que data de 1983 y con reformas de fondo en 1992, prohíba la reelección presidencial consecutiva en al menos seis artículos, incluso ordenando sancionar a quien la promueva.
Por lo que se ve, para el bukelismo es importante avalar la reelección presidencial inmediata a través de una nueva constitución, incluso con un periodo mayor, pues saben que también tienen a los magistrados de facto para allanarles el camino, como ya han comenzado a hacerlo. En esto, vale recordar lo declarado por el también abogado José Marinero: “Una Sala de lo Constitucional ilegítima no puede producir fallos legítimos”.
Para el doctor Anaya, todo es un “espectáculo” para aparentar que hubo una consulta y que de ella surgió el proyecto de nueva constitución, cuando todos saben que en su elaboración no participó un tan solo constitucionalista y que únicamente busca legitimar maniobras que le favorecen al régimen para perpetuarse.
“De nada sirve hacer espectáculos para promocionar un proyecto de Constitución que depende, única y exclusivamente, del ánimo con el cual despierten al presidente de la República, alguien que, además, no cree, ni le gustan, ni entiende los aspectos elementales de un sistema constitucional (que necesariamente es democrático, con vigencia de derechos fundamentales y funcionamiento de la separación de poderes)”, dice el columnista.
Por más meneos que haya, la reelección es inconstitucional
Lo que tanto chilenos como salvadoreños deben entender es que “no hay nuevas justicias por descubrirse”, incluso con meneos para aprobar una “nueva constitución a la medida”.
Nuestra Constitución no puede derogarse ni por un cuerpo legislativo espurio ni por una sala de lo constitucional impuesta.