Cuando Tales de Mileto (624-546 antes de Jesucristo) fue forzado a evacuar la ciudad ante la amenaza de una agresión persa, se le dijo que podía llevar consigo sus bienes más valiosos, a lo que respondió que todo lo llevaba en su cabeza, sus conocimientos y su inmensa capacidad para pensar.
Grandes pensadores los hubo desde la más remota antigüedad, aun antes que surgiera la civilización, vale decir los primeros asentamientos humanos que adquirieron el carácter de una “polis”, que es distinto a rancheríos o comunidades cavernícolas, los pequeños asentamientos humanos formados en cuevas.
Tales, con cuyo nombre se conoce un teorema geométrico, fue uno de los tantos genios matemáticos que hubo hasta ese entonces, incluyendo a los prodigiosos pensadores y calculistas que diseñaron las pirámides de Giza, en Egipto, orientadas con una precisión de milímetros sin contar con los instrumentos de la actualidad.
A partir de Tales la historia registra con gran detalle el desarrollo de la matemática como ciencia en Occidente, pero sin documentar los aportes que sabios hindúes y árabes hicieron, entre ellos la invención del cero, el símbolo de la nada, de lo que no es.
Como Tales, cada uno de nosotros es la suma de sus saberes, su experiencia, su reflexión, sus aciertos, sus errores, sus tonterías, sus impulsos, todo lo cual define lo mucho o lo poco que nos separa del bruto, del cavernícola, lo que vuelve comprensible la frase del pensador francés Ernesto Renan: “Lo único que me hace entender la inmensidad, el infinito, es la estupidez humana”.
Escapando de la sinrazón disfrazada de demagogia y fantasías
Los hombres de hoy nos beneficiamos de los pensadores de siempre, de sus descubrimientos, de su legado, pero asimismo somos víctimas de los populistas, de los malvados, como lo demuestran tantos casos de países arruinados por los disparates de unos cuantos, como Venezuela, Argentina, Cuba, Nicaragua e inclusive nuestro martirizado El Salvador.
La persecución de las ideas de otros, imponer censuras es el común denominador de todas las dictaduras, como lo evidencian las denuncias de tales violaciones perpetradas por regímenes como el de Ortega en Nicaragua, Maduro en Venezuela y Díaz-Canel en Cuba, no digamos la casi absoluta censura prevalente en Corea del Norte, Rusia y China.
La regla es que las dictaduras empobrecen, tanto por la corrupción (los dictadores y sus secuaces roban a manos llenas, como está sucediendo en Venezuela) como por el hecho de que los emprendedores, los creadores de riqueza, comienzan a buscar mejores lugares hacia donde moverse, trasladar sus actividades, mientras la gente a su vez “vota con los pies”, busca refugiarse en otra parte.
En Venezuela, más y más pobladores han escapado de su país que sirios del suyo; el éxodo de venezolanos que huyen de la narcodictadura chavista es el segundo más grande del mundo después de los ucranianos.
El Salvador bajo el bukelismo no se queda atrás. Según las estadísticas de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés), desde octubre del año pasado hasta julio del presente un total de 84,104 salvadoreños habían sido detenidos intentando ingresar a Estados Unidos de forma irregular.
Esto significa que cada día son detenidos 276 salvadoreños en promedio buscando cómo escapar de este “paraíso cian”, el creciente descalabro que se sufre en este suelo, sin contar a los que logran pasar o desisten a medio camino.
Como hemos ya señalado, no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, en este caso el cuerpo social, la población en un país que tarde o temprano en su mayoría abre los ojos y se da cuenta de lo que estaban perpetrando bajo sus propias narices.