Rubén Martínez, arquitecto, escultor y polifacético artista, murió dejando imperecederos recuerdos en las personas que le trataron, como fue privilegio nuestro.
La realización más conocida de Rubén fue hacer de la Iglesia El Rosario un espléndido espacio de maravillosa iluminación, donde quien lo visita siente la sutil magia del ambiente, un reflejo de la divinidad misma que combina una policromía sacra, entre lámparas y velas, con un claroscuro que invita a la contemplación y al recogimiento.
Precisamente en El Rosario reposarán los restos mortales del artista, lo que es un homenaje a sus sueños y sus realizaciones, a su incansable labor, al legado que deja para nosotros sus compatriotas, amigos y admiradores.
Los grandes artistas, sus poetas, sabios y escritores, sus héroes, son el alma de los pueblos, lo que les da su propio sello y su marca en la historia. Cuando se recorre el mundo y se visitan hermosos templos y catedrales, se admiran fuentes, se recorren ciudades pletóricas de tradiciones, se rinde homenaje a sus creadores, a quienes trajeron la llama de los dioses para redimir al hombre, como el titán Prometeo regaló el fuego al ser humano.
Entre las muchas obras escultóricas de Rubén destacan las siguientes: la Iglesia El Rosario, en el corazón de la capital; el Monumento a la Constitución en el bulevar del mismo nombre, y el Monumento al Cristo de la Paz, a la entrada de San Salvador. Cada una de ellas “enseña a ver”, pone frente a los ojos de la gente hermosas y sugestivas formas, lo que no se encuentra en el entorno normal de pueblos y ciudades.
Hay ciudades carentes de monumentos de importancia, sin gracia alguna, como tantas en África, Asia y el Medio Oriente, pero otras embelesan, especialmente las europeas, una creación del espíritu del cristianismo, la doctrina de la libertad.
En Monreale, una parte de la ciudad de Nápoles, un templo pletórico de dorados mosaicos repite el esplendor de la que fue Hagia Sofía, cuyos mosaicos fueron raspados para sustituirlos con frases del Corán, a lo que se suma la salvajada del dictador Erdogan que la convirtió en mezquita.
Las musas y el duende inspiraron su labor escultórica y arquitectónica
Nuestro país recibió un legado de hermosas iglesias coloniales, de parques con una glorieta al centro, de unas cuantas imágenes religiosas de valor, pero además de carecer de fuentes, desde la llegada al poder del bukelismo se desnaturalizó el CENAR, el semillero donde se formaban artistas.
En cuestión de arte, de dotar a El Salvador de obras y realizaciones de algún mérito, literalmente vamos de reculada, víctimas del poco gusto y el desconocimiento de quienes dirigen el país partiendo de sus ocurrencias, su impiedad, sus obsesiones.
Fuera de El Rosario, muy pocas obras se han realizado en nuestro suelo, siendo un ejemplo del mal gusto y mala ejecución el Hospital de Maternidad.
El buen arte, el arte en sí es cuidado, estudio de formas, refinamiento, paciencia, cualidades que tuvo de manera sobresaliente nuestro amigo de siempre Rubén Martínez, cuyo espíritu recibió la bendición de las musas, o como lo describió García Lorca, el duende interno, lo que mueve a tantos a elevarse maravillosamente con sus creaciones.
Para Rubén, su familia cercana, para aquellos que estuvieron a su lado en sus creaciones, nuestras condolencias, nuestro pesar y recuerdos…