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El secreto tras la enigmática sonrisa de La Gioconda de Leonardo da Vinci

Las coincidencias no son una “casualidad”, sino que establecen inequívocamente que La Gioconda es un autorretrato de Leonardo, el real misterio de su sonrisa.

Por El Diario de Hoy |

La enigmática sonrisa de “La Gioconda” o Monna Lisa intriga a los amantes del arte, que no consiguen descifrar su significado, aunque unos estudiosos han logrado identificar la región geográfica que está detrás de la figura, que Leonardo pintó con gran detalle, una filigrana exquisita que asombra cuando puede verse de cerca en una buena reproducción.


Inicialmente Leonardo comenzó pintando a la mujer de un hombre llamado Giocondo, pero el cuadro nunca se entregó pues casi desde que inició, Leonardo le dio otro sentido a la obra.


En ese entonces Leonardo estaba al servicio de Ludovico Sforza, apodado el Moro por sus rasgos faciales y a la sazón señor de Milán, un ducado que controlaba la región circundante pero del que se apoderó, al menos como zona de influencia, Francisco I de Francia, que se llevó consigo no solo al duque y su inmediato entorno, sino al mismo Leonardo y la Gioconda.


 Ludovico fue instalado en un pequeño palacete, pero Leonardo con su Gioconda fue hospedado en el palacio de Francisco, que tenía la mayor admiración por Leonardo.


Una historia dice que Leonardo murió en brazos de Francisco, pero este en ese momento estaba lejos.


¿Cuál es el enigma tras la sonrisa de la Gioconda? Analizando la morfología, al ver la estructura facial del cuadro de Leonardo viejo y barbado que se encuentra en la Galería Brera de Milán, las coincidencias no son una “casualidad”, sino que establecen inequívocamente que la Gioconda es un autorretrato de Leonardo, el real misterio de su sonrisa.


Hay proporciones exactas, como digamos la relación entre la distancia de los lagrimales de los dos ojos con respecto a la distancia entre la nariz y la barbilla, la forma del rostro, la posición de la oreja.... nada es casual sino estudiado con todo rigor, el rigor que solo un genio de tal envergadura va posicionando.


Todo rostro es único en sus proporciones, las distancias entre ojos y la relación de tal distancia con la altura desde la barbilla hasta la entreceja, lo que es más evidente en personas con caras alargadas, prominentes narices o casi nada de ellas, rasgos que en personas que cualquiera cataloga como feas o muy feas, de golpe se aprecian aunque se dejen abundantes barbas o usen maquillaje.


Todo es observar con cuidado...


Cada ser, cada copo de nieve, es distinto en la inmensidad del cosmos
Casi nadie, fuera de pintores o personas ocupadas en investigar delincuentes, es capaz de describir cómo alguien, aun de los propios hijos o una compañera, tiene su nariz, necesitándose reflexionar un buen rato para hacerlo.


No hay dos copos de nieve iguales, un dato que asombra al pensar en las cumbres nevadas del mundo entero, ni dos arbustos ni dos guijarros, lo que conduce a que observar nuestro planeta o el mismo cosmos, todas esas galaxias y estrellas que, como lo enseñó Giordano Bruno, son más que la suma de las partículas subatómicas de la tierra, a lo que se agrega el hecho de que exista un número infinito de universos al igual que planetas donde exista vida, pensamiento, creación artística.


 Es y no es un misterio la “enigmática” sonrisa de La Gioconda, el autorretrato de su genial creador...

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