El proteccionismo obra como una adicción, un vicio: a medida que se van aplicando restricciones, el prurito de poner más y más se vuelve irresistible, a lo que se agrega que las aduanas en esos países se transforman en barreras que impiden, a base de impuestos y exigencias, la entrada de riqueza.
¿Enriquece o empobrece el proteccionismo a las naciones? La pregunta ya tuvo una respuesta en el siglo XVIII cuando algunas de las barreras existentes entre naciones, e inclusive entre comarcas, se eliminaron, enriqueciendo a las partes que pactaban comerciar libremente entre sí.
Esas libertades se concretizaron en la frase “dejar hacer, dejar pasar”; era una mala política querer forzar a otros a hacer, fabricar o intercambiar siguiendo rígidas normas versus dejarlos escoger libremente lo que más les convenía y en lo que eran más eficientes, lo que en la práctica se traduce en la división del trabajo: solo un individuo aislado, como el novelesco caso de Robinson Crusoe, tiene que hacer todo, desde buscar alimentos, guarecerse, defenderse de animales y del cambiante clima.
Jawaharlal Nehru (1889-1964), un confundido líder hindú, llegó al extremo de pretender que cada uno de los estados de ese subcontinente fueran autosuficientes, poniendo muchas trabas al intercambio, entre ellas lo que condujo a la terrible pobreza de India en esos años.
Un viajero cuenta que en el hotel donde se alojaba en Nueva Delhi vio cómo mujeres cortaban el césped con tijeras, por lo que preguntó el motivo de no usar una segadora. “Porque hay que darles trabajo”, fue la respuesta.
No fue únicamente hasta que se superó esa mentalidad y una medida de economía de mercado se aplicó en India, que “la grama se corta con segadoras” y el país marcha aceleradamente a una industrialización, lo que irá colocándolo en una posición de competir económicamente con China, obsesionada por la dictadura para anexar por la fuerza a Taiwán.
Entre la disyuntiva de “producir mantequilla o fabricar armas” los pueblos libres se decantan por mejor alimentación, mejor vivienda, mejores servicios públicos a contar con ejércitos que están más allá de las necesidades reales de defenderse de una agresión.
Nunca se ha dado el caso de dos naciones democráticas que inicien una guerra entre sí sólo porque sí.
Las autoridades aduaneras actúan como lobos contra bienes ajenos
El proteccionismo obra como una adicción, un vicio: a medida que se van aplicando restricciones, el prurito de poner más y más se vuelve irresistible, a lo que se agrega que las aduanas en esos países se transforman en barreras que impiden, a base de impuestos y exigencias, la entrada de riqueza.
Los “aduaneros” se convierten en una secta diabólica, inventándose reglamentos sin sentido al creer que ese “proteccionismo” defiende a sus países.
Entre los más disparatados casos que conocemos están los siguientes:
—un joven atleta pidió por courier unas vitaminas para reforzar su salud, pero en aduanas las decomisaron porque “necesitaba receta médica” cuando en todos los países, incluyendo ese, las vitaminas son de venta libre;
—una persona pidió por Amazon un respaldo que le hiciera masajes con vibración, pero le negaron el permiso pues “debe primero consultarse al Colegio Médico” al respecto, sin duda suponiendo que las vibraciones del sillón podían afectar edificios y personas en las cercanías, una idiotez de tal magnitud que cuesta mucho creerla.
En algún momento vamos a preguntar a fabricantes y exportadores salvadoreños cuáles son los países en la región que más obstaculizan las importaciones, para ver si se logran acuerdos que faciliten en intercambio de bienes y servicios-