Los dos jóvenes se abrazaron.
Lo hicieron, ella, en su inmenso deseo de borrar todo el dolor y terror que sabía que él había experimentado en el trance casi fatal. Él, por encontrar consuelo, precisamente, de esa pena inmensa de saber que su fuerza inmanente, ese hilo tan fino y frágil y a la vez tan poderoso, que nos amarra a esta existencia, iba a ser extinguida dolorosamente al ser sumergida en el líquido salado, robándole su telos.
El grupo formado por cinco residentes había decidido ir a pasar el domingo a la playa, específicamente a un rancho ubicado a orillas de la Costa del Sol, llevando consigo a sus parejas.
Jóvenes, sin haber alcanzado aún la tercera década de la longevidad, empezando a enfrentar y conocer todas las cosas que existen y la humanidad, es decir, el mundo; estimaban que tenían un enorme y dichoso camino por delante, donde al superar la etapa de formación dentro del mundo hospitalario, sería el inicio de una cadena de experiencias caracterizadas por la prosperidad, el goce y el prestigio social.
A pesar del sol cenital, pues daba el reloj un par de minutos más allá de las doce del mediodía, Ramoy, Lancelot, Santiago y Eloísa, todos residentes, partieron hacia la playa, dejando a los otros cuatro amigos en la cabaña, acomodando los alimentos que habían traído.
Lancelot, con experiencia en natación durante su adolescencia, convenció a Ramoy de internarse en las aguas azul grisáceas cuyo oleaje era de poca altura y rompía en espuma refrescante mojando los pies de los 4 jóvenes, quienes habían sentido, rápidamente sobre su epidermis, el intenso calor generado por la estrella más cercana a la Tierra.
Santiago y Eloísa dispusieron caminar sobre la arena gris-piedra mojada, para platicar sobre sus proyectos y sueños. Ambos residentes estaban comprometidos a casarse en menos de tres meses.
Anduvieron un kilómetro sobre la ribera, para luego regresar y no perder la ubicación del rancho. Desde su posición miraban como Lancelot y Ramoy daban brazadas rompiendo la fuerza del agua, adentrándose a las profundidades de Poseidón.
Resolvieron acercarse a la orilla de esa inmensidad, hermosa pero peligrosa, para seguir su plática, acurrucados, tomados de ambas manos, para disfrutar al mismo tiempo de la frescura del agua.
Un sonido lejano llamó la atención de Santiago. Giró su cabeza para lograr divisar su origen, el cual captó, provenía mar adentro.
Lancelot gritaba que se saliera del agua.
Santiago no pudo descifrar el sonido, sin embargo, intuyó que estaba en peligro por lo que decidió sacar del agua a su prometida y a su persona.
Cuando la pareja estiró sus piernas para pararse, el agua los cubrió más arriba de sus hombros. Flotaban.
“Salgamos de aquí, Eloísa. Nademos rápidamente hacia la orilla”, ordenó.
Los muchachos nadaron con toda su fuerza, incapaces de moverse del mismo sitio donde estaban. El agua salada no se desplazaba ni sus cuerpos. Eloísa fue la primera en agotarse.
“No puedo, Santiago, ya no puedo más”. Santiago, temió por la vida de ella. Tenía que evitar que algo malo le sucediese. “Tengo una idea”, le dijo, escupiendo agua después. “Te voy a empujar hacia la orilla y cuando lo haga, nadas vigorosamente”.
Eso hizo, siendo que esa acción solamente logró que una corriente marina se lo llevara mar adentro, y Eloísa, después de múltiples brazadas, ni se desplazara, quedando extenuada. Giró su cuerpo buscando a su prometido, a quien atisbó que era empujado hasta ser colocado a la par de Lancelot.
Otra corriente oceánica halaba a Ramoy, alejándolo de Lancelot, mar adentro. Eloísa estaba impresionada por lo que contemplaba. Ajena a creer que moriría joven, la taquicardia y el agotamiento muscular que padecía y la impotencia producto de ellas le señalaban que su vida acabaría pronto.
Giró la cabeza nuevamente hasta lograr otear como Ramoy, luchaba por emerger del agua, no obstante, una fuerza invisible lo sumergía; surgía del océano con la boca abierta ávida de absorber oxígeno, para luego nuevamente una mano fantasmagórica volverlo a atraer a sus dominios.
“¡Qué no me agarrés, te digo!”, gritó Lancelot a Santiago.
“¡Me hundo!”, respondió el otro.
“¡Soltame y flotá!” “¡La clave está en flotar!” “¡Pero si me agarrás, me hundirás contigo y nos morimos!”.
Santiago dominó su pánico y obedeció. Como había sido enseñado, aflojó su masa muscular para arrecostarse sobre el agua y evitar hundirse. Pensó en Eloísa.
“¡Y olvídate de la Eloísa, no podés hacer nada por ella desde aquí!, ¡O flotás tranquilito o te morís!”.
Eloísa rezaba, quieta, impávida. Únicamente su corazón se movía latiendo a toda velocidad. El agua ya casi le entraba a través de sus fosas nasales. Pidió perdón al Creador. Recordó con gratitud a sus padres y hermanos. Se despidió de su existencia.
En ese momento, el dedo mayor de su pie derecho todo fondo. El agua la empujaba lenta y suavemente. Se dejó llevar. Un par de minutos después la expulsó. Buscó a Santiago y lo vio flotando boca arriba, a la par de Lancelot. Buscó a Ramoy y avistó en el momento en que el mar lo sacaba de su vientre. Ramoy, tirado sobre la arena, lloraba. Vomitó.
Ella corrió a consolarlo...
Médica, nutrióloga y abogada
mirellawollants2014@gmail.com