La oposición tiene dos retos que vencer para hacer valer un triunfo. El primero es logístico: movilizar a la población y garantizar que sus votos sean contados sin trampas. El segundo es lograr el que el sector militar reconozca el resultado
Nicolás Maduro y Edmundo González.
La cuenta regresiva para las elecciones presidenciales en Venezuela se está agotando y en el casino de las especulaciones las apuestas se han disparado. Cada hora cuenta para los bandos adversarios.
Mientras la mayoría de las encuestas dan ganador a Edmundo González Urrutia con una amplia ventaja de entre 20 y 40 puntos porcentuales, los informes de inteligencia foráneos sostienen que la buena o a la brava, Maduro se quedará en Miraflores. Y es que durante los últimos meses, los cabilderos del régimen han hecho un intenso lobby entre inversionistas extranjeros, compañías petroleras y el Gobierno de Estados Unidos para posicionar la idea de que la continuidad del chavismo representa la mejor garantía para el crecimiento y la estabilidad de Venezuela, y la seguridad energética estadounidense. El objetivo último de esta matriz es preparar el terreno para obtener una nueva legitimidad internacional, y, de manera particular, la aprobación del Gobierno de Estados Unidos. Aunque habiendo perdido la base popular es prácticamente imposible que Maduro sea reelecto sin un fraude masivo, esta versión ha encontrado muchos cómplices, como señalan artículos recientes en The Financial Times y The Wall Street Journal. Algunos de ellos se apresurarán a respaldar la versión del Gobierno chavista.
Pero esa no es la única matriz. El chavismo envía mensajes ambiguos que hacen ver que no hay una visión homogénea dentro de sus filas. Dos ejemplos son las declaraciones recientes de Nicolás Maduro Guerra, hijo del presidente, y Freddy Bernal, gobernador del Estado Táchira, quienes han dicho que en caso de perder, el Gobierno reconocería su derrota y pasaría a la oposición. Puede tratarse de puro cinismo para apaciguar sospechas de fraude, pero es también una admisión a regañadientes, que deja una ventana abierta para reorientar el conflicto venezolano en la dirección de una indispensable negociación política. Una meta principal de esa negociación debería ser que la oposición tome las riendas del Gobierno dando al chavismo la oportunidad de abandonar la senda autoritaria para reinventarse como un actor político democrático y no hegemónico, como lo ha sido hasta ahora.
Este es el escenario más deseable para los venezolanos, pero se trata de una posibilidad acechada por obstáculos de toda índole. Como se ha visto en estas semanas, el Gobierno ha hecho todo lo posible por torpedear el proceso electoral limitando la observación nacional e internacional, deteniendo a miembros de la campaña de Edmundo González Urrutia y María Corina Machado e imponiendo un bloqueo informativo contra los pocos medios independientes que operan en el país. El Gobierno chavista también desplegará en estos comicios todos sus recursos para impedir que los venezolanos puedan votar con normalidad y sin miedo, en particular en los centros de votación que concentran más opositores. Esto sin contar a un Consejo Nacional Electoral controlado por el chavismo y servil a las órdenes de Nicolás Maduro y sus lugartenientes. Pese a todo, la abrumadora voluntad de cambio de los venezolanos debería manifestarse en las urnas derrotando al régimen autocrático de manera contundente.
En las horas de esperanza y vértigo que quedan de aquí al domingo en la noche se decidirá si Venezuela logra liberarse y retorna a la democracia o continúa una dictadura oprobiosa que ha hundido al país en profundidades apocalípticas. Si el chavismo no reconoce su derrota, intentará imponer una victoria falaz por todos los medios posibles. Esto a pesar de que el presidente Lula da Silva, principal figura de la izquierda mundial y aliado histórico del chavismo, le advirtió a Maduro que si pierde debe aceptar la derrota. Se presume que la visión de Lula tiene eco dentro del Partido Socialista Unido de Venezuela.
A estas alturas, la oposición tiene dos retos que vencer para hacer valer un triunfo. El primero es logístico: movilizar a la población a los más de 30.000 centros de votación en todo el país y garantizar que sus votos sean contados sin trampas. El segundo es lograr el que el sector militar, que ha sostenido al poder chavista por 25 años, reconozca el resultado electoral aun siendo adverso al Gobierno.
La oposición debe contrarrestar las matrices del Gobierno con los limitados medios a su alcance, pero con mensajes y acciones asertivas. Edmundo González Urrutia y María Corina Machado tienen que preparar a los venezolanos para el arduo proceso de cobrar su triunfo en las urnas y en las calles en el contexto de un muy probable apagón informativo. No disponen de margen de error.
Para Carlos Blanco, miembro del equipo de estrategia de María Corina Machado, es poco probable un escenario de represión a gran escala porque el mayor objetivo de Maduro con estos comicios ha sido legitimarse. También porque habría divisiones en la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, pese a que el alto mando militar siga comprometido con el mandatario. “Maduro solo tiene ascendente directo entre sectores particulares de las fuerzas de seguridad, como ciertos grupos policiales y parapoliciales y las fuerzas de choque conocidas como colectivos, hoy muy mermadas. Aunque sin duda pueden hacer daño, el Gobierno busca legitimarse y no quiere una represión como la que vimos en 2017; pero, aun si quisiera, no tiene el control que tuvo sobre la institución militar”. Esto también explicaría por qué Maduro no optó por erradicar a la oposición, como lo hizo Daniel Ortega en Nicaragua. “Ahora es muy tarde porque existe la barrera de un poderoso movimiento popular, liderado por María Corina Machado”.
Pero, ¿qué puede pasar si el Gobierno insiste en ganar mediante un fraude? “Frente a un régimen sin capacidad para movilizar las fuerzas policiales y militares, para nosotros es posible organizar a la gente en un movimiento de resistencia pacífica. Cero molotov y cero violencia”. Blanco hace alusión a los enfrentamientos, piquetes y cortes de vía que han caracterizado las protestas opositoras en el pasado. “Nuestra meta es que se reconozca a Edmundo González Urrutia como presidente electo para llevar a cabo una negociación de garantías mutuas para una transición pacífica”. Las garantías implican considerar una amnistía amplia y ofrecer una salida a Maduro, las figuras de su coalición y sus familiares. “No aceptaremos el fraude ni condescenderemos a los anuncios de Nicolás Maduro. El binomio de oro que forman González y Machado es la mejor garantía de gobernabilidad para Venezuela. Nosotros insistiremos en negociar y Estados Unidos debe usar su propia negociación para facilitar la transición”, remata Blanco.
Desde al menos febrero de este año, se han llevado a cabo contactos oficiosos entre enviados de Nicolás Maduro y el Gobierno de Biden, según una fuente con conocimiento de la situación. Esta información parece haberse confirmado con el anuncio de Maduro de la reactivación de una negociación entre Miraflores y Washington a principios de julio. El propósito de este diálogo ha sido tanto avanzar con el levantamiento de sanciones petroleras que permitan un mayor flujo de inversiones a Venezuela, como de las sanciones que afectan de manera directa a funcionarios chavistas, sus allegados y testaferros, incluyendo la recompensa de 15 millones de dólares por la captura de Maduro. Si el avance de esta negociación es cierto, este último aspecto calzaría como un guante en el escenario de una derrota el domingo.
Entretanto, una fuente allegada a la campaña chavista, vacila entre asegurar que Maduro puede ganar por 4 puntos porcentuales y afirmar que González Urrutia podría derrotarlo por 6 a 8 puntos. Si este fuera el resultado, Maduro aceptaría su derrota.
El analista financiero y político José González, quien sigue la situación venezolana con la atención de un técnico forense, sostiene que hay una fórmula conveniente para el chavismo: “Maduro pierde la presidencia pero mantiene sus cuotas de poder, por vía del control de la Asamblea Nacional, las gobernaciones, alcaldías, el Tribunal Supremo y el resto de los poderes públicos. No puede darse el lujo de ganar la presidencia perdiendo la recuperación económica a través de la normalización política y el levantamiento de sanciones”.
Pese al control sobre el aparato del Estado venezolano, lo cierto es que la revolución de Chávez es un fracaso histórico que arruina todo lo que toca, como lo muestran los casi ocho millones de venezolanos que han huido del país en busca de una vida mejor, en su mayoría dispuestos a correr peligros aterradores como el cruce por el maldito Darién. Decir lo contrario es ir contra la historia y solo las dictaduras más represivas, corruptas y violadoras de derechos humanos, como la cubana o la norcoreana, pueden conjurar la historia. Pero cuando uno ve que, tras un cuarto de siglo de odio, destrucción y mentiras, el amor a la libertad y las esperanzas democráticas de los venezolanos no han sido asfixiados por la dictadura, entiende que el cambio terminará por imponerse. Las elecciones del este domingo son un paso decisivo en esa lucha.
Boris Muñoz es cronista y editor venezolano. Es curador de IDEAS de la plataforma BOOM y columnista de EL PAÍS. Fue fundador y director de opinión de The New York Times en Español. X:@borismunoz; Instagram y Threads: @borismunozO.