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Don Tony

Ese era don Tony, una fuerza indetenible que desde dentro escogía sus más grandes virtudes y oportunidades para entregárselas al prójimo y a un país que todavía navega entre egoísmos y mezquindades. Por eso es sumamente triste su partida

Por Guillermo Miranda Cuestas |

La mejor crema que he probado en mi vida es la de la hacienda de don Tony, no necesitaba acompañarse de frijoles ni mucho menos agregarle sal. En aquel entonces, hace ya más de una década, Antonio Cabrales presidía Fusades y yo era un pasante, que todavía estudiaba el último año de la carrera de Derecho y estaba por iniciar un viaje de servicio en el principal centro de pensamiento del país.

Don Tony era la fuerza inspiradora durante esos años. “Gracias a Dios existe Fusades”, repetía en distintas ocasiones no con la intención de agrandar el ego, sino de apreciar nuestro trabajo como instrumento de un propósito que nos sobrepasaba: el bien común de la sociedad salvadoreña. Y sus palabras eran consistentes con sus acciones.

Fusades puso sobre la mesa el valor de las instituciones democráticas y del estado de derecho en El Salvador, bajo el liderazgo de don Tony, en una alianza con la Universidad de Salamanca que volteó la mirada de numerosos liderazgos sociales del país hacia la construcción de verdaderas instituciones democráticas. La incipiente democracia salvadoreña ya presentaba signos saludables al celebrar elecciones libres y plurales; pero ello no bastaba para que las personas electas, lejos de recibir un cheque en blanco para hacer y deshacer a su discreción, respondieran ante la ley y a jueces independientes que la hicieran aplicar. La Ley de Acceso a la Información Pública fue un resultado concreto de esta visión, que contribuyó significativamente al combate contra la corrupción en un país en el que no hace mucho era impensable que un expresidente fuera condenado por abusar del dinero público.

Don Tony también lideró Fusades en su exploración por reformas políticas que fortalecieran la participación ciudadana. Esto contrastaba con un consejo brindado por una delegación nicaragüense que nos visitó en esos años y que sugería enfocarse en la economía en vez de la política, en medio del experimento ilusorio en Managua en el que la indiferencia y el pragmatismo aceleraron la acumulación de poder, que ahora muestra sus peores facetas. Pero don Tony era un demócrata y justamente lo opuesto a la indiferencia, al punto que también lideró importantes esfuerzos para resolver el problema de la violencia de manera pacífica y contra toda corriente, cuando el gobierno de turno desaprovechó una oportunidad histórica de rehabilitación y reinserción de exmiembros de pandillas y prefirió politizar el proceso.

Nunca fui cercano a don Tony, pero eso no hacía falta para conocer su carácter, dada su apertura y calidez humana hacia todas las personas a su alrededor, sin diferenciar entre rangos, edades ni orígenes. Como la crema de su hacienda, don Tony ofrecía su alma desnuda sin adiciones ni sobresaltos, precisamente porque era un alma buena, noble, compasiva. Un día le pregunté qué sentía cuando meditaba y me respondió algo así: “cuando medito al lado de una ceiba de más de 400 años, en una isla del lago Coatepeque, me siento como un arco que jala hacia dentro, hasta lo más profundo, para luego tirar la flecha a una velocidad que hace perder la noción del tiempo y del espacio”.

Ese era don Tony, una fuerza indetenible que desde dentro escogía sus más grandes virtudes y oportunidades para entregárselas al prójimo y a un país que todavía navega entre egoísmos y mezquindades. Por eso es sumamente triste su partida, aunque pueda encontrarse consuelo en la posibilidad de que en esos últimos momentos de vida se despidiera con la grandeza, serenidad y voz pausada propia del hombre místico y bondadoso que fue, que encontraba en las fracciones de segundo el silencio que los mortales aún añoramos entre el ruido y las preocupaciones del ego.

Ahora, esa flecha inspiradora viajará sin interrupciones. Gracias, don Tony Cabrales.

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