Dos días antes de redactar estas líneas, tuve la oportunidad de disfrutar de lo que podría denominarse una excelente película: ¡Napoleón! La obra fue dirigida magistralmente por el talentoso Ridley Scott, quien, dos décadas después de liderar a Joaquín Phoenix en la película "Gladiador", enfrenta el creciente desafío de dirigir nuevamente a este actor, considerado como "sumamente talentoso, intuitivo y muy poco convencional".
La trama, según los críticos, se enfoca en dos aspectos fundamentales: las tácticas militares y políticas de Napoleón, que lo llevaron de ser "un don nadie" a convertirse no solo en Emperador de Francia, sino en la influencia política transformadora de Europa a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Además, se destaca el supremo enfoque dado a la tormentosa, pero sin duda definitoria, relación entre Napoleón y Josefina, que influyó significativamente en las actuaciones, tanto puntuales como generales, del magistral general y estadista.
Y no quiero que, al adentrarme en los comentarios de la trama, se me olvide destacar el genial inicio de esta película, con el planteamiento del caos en el que se encontraba sumida Francia durante la revolución. Con la pérdida de rumbo por parte de todos los "salvadores", quienes acusaban a la nobleza y la aristocracia de ser los grandes causantes de los males del país, pero que resultaban ser tan inútiles e incapaces como aquellos a quienes juzgaban. Es enfático el enfoque rápido que se hace de Robespierre, el individuo que, cobijado bajo el atuendo y el discurso de un salvador, se entregaba a la violencia y la muerte para satisfacer sus propias bajas pasiones. Afortunadamente, para muchos, esto terminó siendo la causa misma de la pérdida de su poder y.… de su propia cabeza.
El enfoque con el cual se aborda la personalidad de Napoleón Bonaparte, con un énfasis poco común en otras interpretaciones, destaca el profundo compromiso del general con las expectativas de su madre. También se explora su propia interpretación de la necesidad que tenía Francia, o, si se quiere, el pueblo francés, de ser gobernada con una visión de "orden y grandeza". Estos elementos permiten que la película provoque en el espectador un espontáneo sentimiento de admiración. Claro está, hablo del espectador que previamente conoce quién fue Napoleón, qué hizo, los alcances de sus acciones y la huella que dejó no solo en la Europa de su época, sino más allá, en los países de América Latina. Esta región aún se beneficia de un Derecho Civil basado precisamente en la visión de aquel hombre, plasmada en lo que todavía se conoce como el Código Napoleónico, modificado por Andrés Bello en Chile y adaptado por muchos países, entre los cuales se encuentra el nuestro, que incorpora una influencia significativa de la visión jurídico-civilista proyectada por la gran figura de Napoleón.
La película sin duda nos recuerda que Napoleón no era simplemente cualquier individuo, ni un improvisado, y mucho menos un ignorante falto de preparación académica. Muy por el contrario, era la otra cara de la moneda. Sin embargo, no logró sustraerse al embrujo del poder y se convirtió en un megalómano y egoísta. Sus guerras ocasionaron a toda Europa la significativa cifra de 3 millones de muertes.
Pero el propósito de estos párrafos no es simplemente elogiar la calidad de la película, ni expresar mi gran gusto por la actuación de Phoenix, las impresionantes escenas de las batallas, desde Tolón hasta Waterloo, dirigidas magistralmente por Scott, o el pragmatismo sin rodeos en cómo se aborda la dimensión sexual de la relación de Napoleón y Josefina. ¡Definitivamente NO! Lo mejor de la película vino... después.
Al salir del recinto donde se proyectaba la película, nos dirigimos, mi esposa, mi hijo y yo, hacia la puerta lateral que da acceso al exterior. A no más de cinco pasos de nosotros, una joven pareja, conversando animadamente, avanzaba. Ni muy altos ni muy bajos; él con el cabello rizado y ella, menuda, con el cabello lacio. Al llegar primero a la puerta, el joven la abrió, cediendo el paso a la chica, pero esperó a que los tres que, de manera fortuita, les seguimos, pudiéramos cruzar el dintel. Eso, sin duda, dejó una grata impresión.
Sin que lo esperáramos, ni ellos ni yo, mi esposa soltó de repente una pregunta directa: ¿qué película vinieron a ver? Ambos jóvenes respondieron al unísono: ¡Napoleón! En ese momento, me detuve involuntariamente, creando un pequeño grupo de tertulia, mientras mi esposa continuaba interrogando. Primero, dirigió la pregunta al joven: ¿qué aspecto de la película te gustó más? Contrariamente a lo que podría haber calculado, el joven respondió con una introspección, más complacido que sorprendido por la emboscada, y dijo pausada y claramente: "La forma en que han manejado las imágenes, el estilo de las tomas, el enfoque en el ambiente cultural, que refleja la llegada del romanticismo a Francia". Ante esta respuesta inesperada y reflexiva, mi esposa, con mayor curiosidad que al principio, le preguntó al joven sobre su campo de estudio. Él contestó que acababa de terminar el bachillerato y pronto comenzaría sus estudios de Ingeniería Eléctrica.
Y una respuesta de igual calidad emanó de la jovencita, quien nos expresó con graciosa soltura que aún estaba estudiando bachillerato.
Mi esposa se despidió diciéndoles: "Me han devuelto la esperanza en la juventud de este país". Así es, pensé para mis adentros. Son jóvenes con la capacidad de ejecutar un pensamiento racional, desarrollar un análisis y estructurar una crítica. Y espero, aunque no lo sé, que sean seguidores fieles de la gnosis y no del tribalismo.
Esos minutos fugaces fueron, indudablemente, lo mejor de la película ¡Napoleón!
Médico Nutriólogo y Abogado de la República