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Doña María y su café

La palabra misericordia tiene una etimología interesante: viene del latín misere (miseria, necesidad), cor, cordis (corazón) e ia (hacia los demás). En otras palabras: tener un corazón solidario con aquellos que tienen necesidad. Muchas veces pensamos que la necesidad de las personas es meramente material. Y SI, cuando hay una necesidad material, debemos y estamos obligados a, ser solidarios.

Por Carmen Maron
Educadora

Era un martes cualquiera durante la encerrona del 2020. Y sabía que era martes porque me despertaba la campana del camión de la basura. Lo único normal en esos tiempos anormales.


La cuarentena en sí no fue invivible. Yo fui, lo admito, de las que estuvieron en yate. Pero me obligó a parar, a pensar, a enfrentar muchísimas cosas que me había tragado a lo largo de mi vida y no había sanado. Me hizo revivir muchos momentos de la guerra que no había entendido, pero que ahora, de adulta, entendía perfectamente. Un día vi el reportaje de la gente que ponía los rótulos en las ventanas de un hotel capitalino. Inmediatamente sentí náuseas. Recordé a la gente de las embajadas cuando se las tomaba la guerrilla. Trataba de cuidar a mis padres lo mejor que podía. Pero mi estado emocional era desastroso. El encierro se alargaba y yo me asfixiaba.


Cuando finalmente nos dejaron salir, había dejado de ser la persona feliz que había sido siempre. Había dejado de pintar, de cocinar, de reírme. No me encontraba, y no encontraba cómo retomar los hilos de mi vida. Y lo plasmé en mis redes sociales. Como se imaginarán, recibí las típicas respuestas. Que no fuera desagradecida. Que me diera cuenta de que el virus me iba a matar. Y bla bla. Tanto “hate” me tiraron que borré lo escrito. En eso, ese martes sonó el teléfono. Para mi sorpresa, era Doña María.


Yo conocía a Doña María por dos cosas. Primero, porque es mamá de una de mis ex alumnas. Segundo, porque hacía un rosario precioso todos los 13 de mayo. Ni la pandemia la paró. Se aseguró de que todos sus vecinos la oyeran.
“Leí lo que escribiste”, me dijo. “¿Cómo estás?”.


Ese “cómo estás” fue una catarsis. Durante las siguientes dos horas hablé y hablé. Y lloré. Y le dije lo frustrada que me sentía, lo impotente. Doña María sólo me escuchó y me dijo: “Ponéselo en las manos de Dios. Él te va a dar una solución”.


Dos días después me desperté al sonido del teléfono. Justo después de la reapertura, las ocho de la mañana era temprano. Me llamaba Doña María.


“Mirá, Carmen”, me dijo. “Tengo aquí unas bolsas de café que le sobraron a mi cuñado. Todo mundo está emprendiendo. A ti lo que te pasa es que, después de trabajar por horas de horas, te sentís perdida. ¿Por qué no las vendes, así, tipo emprendedora?”.


Ese mismo día el motorista me llevó diez libras de café. Y ese mismo día una amiga me llamó. Ella y su esposo vendían teca y se les había arruinado en la cuarentena. Estaba tratando de mantenerse a flote vendiendo queso. Se había puesto “La Señora de los Quesos”.


“Pues fijate que me acaban de traer café…”


Pero el café no se podía ir sólo como café. Busqué inspiración y vi la foto de mi abuelo. A los días, ya había una página de “Café Don Simeón”. Hicimos stickers con la hija mayor de mi amiga. Compré bolsas de papel kraft de a dólar. Cada semana, Doña María me mandaba café y cada semana yo tomaba fotos del café y vendía parte yo y parte mi amiga.


Me encantaría decirles que me volví la magnate cafetera y que ahora tengo un exitoso negocio de distribución de café. Muchas de las personas que emprendieron al mismo tiempo que yo ahora tienen sus negocios bien armados. No fue mi caso. Pero el “Café Don Simeón” me permitió reconectarme con mi amigo que no había visto desde la pandemia y ahora estaba horneando pan. Se convirtió en mi compañero de salidas post pandemia. Mi amiga llegaba a mi casa a recoger el café y nos sentábamos a platicar de nuestras vidas. Conocí a Tania y sus postres. Y poco a poco volví a salir al mundo. Conocí, además, a muchísimas personas interesantes: la señora brasileña que se había quedado atrapada durante la pandemia y se quedó un año más, el restaurador de antigüedades, la señora que tenía un jardín adorable y me dejaba entrar a verlo.


Pero, sobre todo, estaba Doña María. Cada vez que llamaba para pedir café, comenzábamos a hablar. Poco a poco me fui abriendo. Siempre he sido, a pesar de parecer extrovertida, el tipo de persona que se guarda todo, pero con doña María logré hacerlo. Y ella era generosa a más no poder. Un día fui de visita donde una familia a quien había llevado ayuda cuando la pandemia y les ayudé a arrancar rábanos. Subí una foto a mis redes, “Rábanos Frescos” . Doña María compró para ella, su hija, su consuegra y todo el residencial con tal de ayudar a la familia. Mis cincuenta años cayeron justo en el ómicron, pero doña María llegó personalmente a darme un ramo de flores enorme. Me invitó a su Rosario ese mayo. En mi siguiente cumpleaños me invitó a almorzar. Para este entonces, ya no existía el “Café Don Simeón”. Primero porque, me di cuenta, Doña María me vendió café muchísimo más caro en pérdida y ya no podía seguir y, segundo, porque la vida comenzó a volverse paulatinamente más normal y yo volví a dar clases.


La palabra misericordia tiene una etimología interesante: viene del latín misere (miseria, necesidad), cor, cordis (corazón) e ia (hacia los demás). En otras palabras: tener un corazón solidario con aquellos que tienen necesidad. Muchas veces pensamos que la necesidad de las personas es meramente material. Y SI, cuando hay una necesidad material, debemos y estamos obligados a, ser solidarios. Pero pocos vemos todos esos corazones quebrantados, dolidos, confundidos, desalentados. Pocos vemos las vidas destruidas, las personas que sufren de depresión o de enfermedades crónicas. Nosotros también necesitamos misericordia. Todos necesitamos misericordia.


Doña María no añadió a mi publicación en las redes sociales más frases repetitivas, o palabras condescendientes, como lo hicieron muchos que se jactaban de espirituales o de tener algún cargo en su Iglesia. Si por ellos fuera, hubiera seguido deprimida y ellos habían cumplido con su deber. Doña María fue más allá: me levantó de mi letargo, me hizo poner manos a la obra y me devolvió un sentido de normalidad. No sólo eso, fortaleció mi fe, y me enseñó a ser generosa. Su cuidado me sanó. Y no necesitó más que unas cuantas libras de café y misericordia.


“Felices los misericordiosos, porque serán tratados con misericordia” (Mateo 5, 7 Biblia de Nuestro Pueblo)
Definición de Misericordia: https://desdelafe.mx/opinion-y-blogs/cielo-y-tierra/que-es-la-misericordia-de-dios/

Educadora.

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