Vivimos en una época que se caracteriza por el resurgimiento de los populismos. En la medida en que los discursos engañosos ganan terreno en diversas latitudes, conviene dar un repaso al pensamiento del filósofo español José Ortega y Gasset, especialmente a su obra «La rebelión de las masas». Aunque fue escrita en 1930, parece ser un diagnóstico anticipado de muchos de los fenómenos que en la actualidad afectan a las democracias. No importa si se trata de populismos de derecha, de izquierda o de ninguno, la aguda crítica social de Ortega sigue dando explicación de las sociedades donde las masas han dejado de ser guiadas para intentar imponer su propio rumbo.
Ortega elaboró el concepto de «hombre-masa», con el que definía a aquel individuo que, sin poseer una formación profunda ni aspiraciones de superación, se sentía con derecho a opinar, decidir y gobernar sobre cuestiones complejas. El hombre-masa no se guía por el conocimiento ni la reflexión, sino por el impulso inmediato, por el «porque sí». Con la sola definición de este concepto se puede percibir de inmediato la actualidad del mismo. Los populismos, con su tendencia a simplificar problemas complejos y ofrecer soluciones inmediatas, apelan directamente al hombre-masa. Les prometen grandeza nacional, soluciones mágicas a problemas estructurales o la derrota de enemigos internos y externos. En lugar de fomentar el pensamiento crítico, los populistas alimentan a las personas con emociones primarias: el miedo, el resentimiento o la fe ciega en un futuro idealizado.
La irrupción actual de las redes sociales agrega una nueva dimensión a las preocupaciones de Ortega. En su tiempo, temía que la masa irrumpiera en ámbitos que no dominaba; hoy, esta irrupción es absoluta. Como muy bien lo expresó Umberco Eco: las plataformas digitales permiten que cualquier voz se eleve al mismo nivel que la de expertos, diluyendo el valor del conocimiento y fomentando la tiranía de las opiniones disparatadas. Un ignorante puede escribir, durante una borrachera, una opinión en redes y las masas le darán tanto crédito como a la de un doctor. El populismo digital se nutre de esta horizontalidad. Líderes carismáticos aprovechan estos canales para establecer una relación directa con «el pueblo», saltándose las instituciones y deslegitimando a los intermediarios del saber y el poder (medios de comunicación, academias, parlamentos). Ortega advertía: «Cuando la masa se convierte en juez único de los asuntos públicos, despreciando el conocimiento y la responsabilidad, la civilización se pone en riesgo».
Ortega no era enemigo de la democracia, pero sí de su degradación. Para él, una democracia auténtica exigía ciudadanos responsables, informados y comprometidos. Sin esa base, la democracia se convertiría en un escenario propicio para el populismo, donde los líderes mesiánicos explotarían el hartazgo social para concentrar el poder. Hoy vemos cómo, bajo la bandera del «pueblo», se cuestionan derechos fundamentales, se ataca a minorías o se desacreditan instituciones. Todo esto en nombre de una supuesta voluntad popular inmediata e inapelable. Ortega advirtió del peligro de esta actitud: «Cuando el hombre-masa se siente satisfecho consigo mismo y desprecia la excelencia, la sociedad corre el riesgo de naufragar en la mediocridad y el autoritarismo».
En tiempos de populismo se necesita rescatar el valor de la deliberación racional, de la educación crítica y del esfuerzo personal. Frente a la inmediatez del populismo se impone el trabajo lento pero firme de la construcción ciudadana. Frente a la simplificación, el ejercicio de la complejidad. Frente al líder carismático que promete todo, la ciudadanía consciente que sabe que los problemas públicos no tienen soluciones fáciles.
José Ortega y Gasset no escribió para nuestros días, pero su diagnóstico sobre la rebelión de las masas resuena con fuerza en este tiempo de gobernantes populistas. Nos recuerda que una democracia sana no se sostiene sobre la masa satisfecha y desinformada, sino sobre ciudadanos que asumen la responsabilidad de pensar, cuestionar y actuar con conocimiento. Hoy, más que nunca, necesitamos recuperar esa aspiración a la excelencia individual y colectiva que Ortega defendía. Porque, como él mismo afirmó: «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo». La circunstancia actual exige, precisamente, salvarla del populismo, con pensamiento crítico, responsabilidad cívica y compromiso democrático.
Pastor General de la Misión Cristiana Elim.