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Botis

He sabido de buena fuente que siempre siguió asombrando a los pequeños regalando a cada uno, apartada y discretamente, con un pequeño bombón o chocolate en el día de sus cumpleaños. Ayer se me vino a la memoria. En algún lugar leí algo referente a la pobreza evangélica y me di cuenta de que eso me lo enseñó el Botis. No en su clase de béisbol y catecismo. Con su vida.

Por Jorge Alejandro Castrillo
Psicólogo

No leyó mal. Pone Botis. Apuesto que algunos han de haber mal leído Betis, el nombre de uno de los equipos de la liga española que muchos salvadoreños siguen con pasión digna de mejor causa. Botis es como lo conocimos todos en tiempos de colegio, pero Javier es su nombre.


Las congregaciones religiosas ponen mucho cuidado en la preparación de sus miembros. Esta formación es ofrecida en claustros y seminarios donde los estudiantes suelen vivir internos. La vida en comunidad es un poderoso medio de enseñanza de hábitos de conducta y formas de comportarse en general. Con aquellas armas teóricas y escudos conductuales, con duración aproximada de cuatro y más años, los jóvenes seminaristas son enviados al mundo, a ejercitarse en la práctica de las virtudes aprendidas, a tener contacto con sus prójimos necesitados de guía espiritual y modelos de conducta, así como para que experimenten las tentaciones mundanas de primera mano. Los jesuitas llaman “maestirillos” a esos sacerdotes en formación.


Así lo conocimos. Nosotros estábamos en segundo grado si la memoria me es fiel. El colegio acababa de comprar los terrenos “de arriba” o “de atrás”, como les decíamos entonces. Para el año siguiente ya habían limpiado esos lotes y delimitado los terrenos. Marcos delgados de tubos de hierro de aquellos tiempos hacían las veces de metas de fútbol, lo que nos permitía hacernos la idea de tres o cuatro canchas de ese deporte. Solo eso. No recuerdo que tuvieran ni una brizna de hierba. ¿cree usted que un campo de fútbol exige un engramado? Se equivoca. Lotes desnudos y polvosos en el verano. Lotes desnudos y lodosos en el invierno. Allí corríamos tras la pelota, que eso y no jugar al fútbol era lo que hacíamos. Horas enteras. Mentes sanas necesitan cuerpos sanos. Media hora de recreo todas las mañanas. Hora y media de recreo los jueves por la tarde, “Campo” ponía el horario de clases. Se entiende, es comprensible, era esperable que niños de primaria regresaran de esos tiempos de recreo sucios, sudados, polvorientos, oliendo a … ¿quién sabrá ahora a qué olíamos entonces? Eso no tenía nada de raro, repito. Ni en aquellos ni en estos tiempos. Pero que un casi sacerdote, un maestrillo, enfundando en su sotana blanca, ceñida a la cintura por el grueso fajón, también volviera sudado, polvoso, la sotana con tierra encima, no era concebible y creo que algún regaño le habrá valido. Ninguno de muchos alumnos que entonces lo gozamos olvidó nunca esa imagen del padre ensotanado corriendo con la pelota de punta a punta del campo de juego sin que nadie, de las decenas de niños que éramos, pudiéramos sacarle el balón. ¡Eso sí que era inusual!


En tercer grado nos dio Religión. Tiempos de recitar el catecismo de memoria. Se inventó un juego de béisbol para hacernos estudiar. ¿Quién es Dios? -preguntaba el pitcher de un equipo (la mitad de la clase). -Dios es nuestro Padre que está en los cielos, creador y Señor de todas las cosas, contestaba el bateador y avanzaba a primera base. ¿No sabía la respuesta? ¡Strike one! Y así se las ingenió para que no odiáramos esa clase, puramente memorística.

No existían computadoras ni teléfonos inteligentes en aquellos tiempos, ni falta hace decirlo. Pero el Padre Javier Ibáñez siempre se acercaba a cada uno de nosotros el día del cumpleaños de cada quien, callada y disimuladamente como hacía siempre las cosas buenas, se metía la mano en la bolsa de la sotana y luego del pantalón, sacaba del fondo un caramelo, dulce o chocolate, nos lo daba y con su cara de santo de mirada ingenua, nos pasaba la mano por la cabeza para desearnos un feliz cumpleaños. Siempre me pareció que tenía una memoria prodigiosa, ¡acordarse de los cumpleaños de cada uno de los niños de la primaria! Ya ordenado sacerdote, algún año ha de haber fungido como director espiritual de mi grado. Me acuerdo porque, ya en tiempos en que no siempre usaban sotanas, me condujo a la oficinita del segundo piso con vista a la piscina, para una conversación que bien pudo hacer las veces de confesión. Yo debo haber sido un niño feliz porque recuerdo que el problema que discutí con él era uno en verdad insignificante.


Tengo tiempos de no ver al Botis. Sé que anda por el colegio todavía. Ya no debe jugar al fútbol como la tromba que era, ni dar clases de catecismo haciendo jugar al béisbol a los grados. Pero sí he sabido de buena fuente que siempre siguió asombrando a los pequeños regalando a cada uno, apartada y discretamente, con un pequeño bombón o chocolate en el día de sus cumpleaños. Ayer se me vino a la memoria. En algún lugar leí algo referente a la pobreza evangélica y me di cuenta de que eso me lo enseñó el Botis. No en su clase de béisbol y catecismo. Con su vida. Hoy que nos reunimos para el almuerzo con un grupo de compañeros lo hemos recordado en su callada grandeza. Ojalá que él también se acuerde de nosotros con el cariño con que lo recordamos a él.


¡Honor a una vida de pobreza evangélica y callado servicio! A. M. G. D.

Psicólogo/psicastrillo@gmail.com

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Cristianismo Opinión Valores

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