A fuerza de insistir en las desventajas de las chicas respecto a los privilegios de los varones, si se miran bien las cosas, hay señales que indican que las tornas se han girado, tanto que, hoy día, quienes necesitan urgentemente que los rescaten son ellos.
Ellas, más disciplinadas, previsoras y orientadas al futuro por su mayor capacidad de sacrificio, están arrasando primero en el campo académico (colegios y universidades) y luego en el mundo laboral.
Sin embargo… según algunos psicólogos especializados en investigación, también el éxito de las chicas tiene un precio: nunca como ahora han tenido índices más bajos de autoestima y felicidad, ni se les ha dificultado la maternidad como hoy día.
Lo cierto es que los varones prefieren mil veces pasárselo bien aquí y ahora mientras no ven el futuro como problema. Eso hace que tengan tremenda debilidad para resistir la tentación del inmediatismo y grandes dificultades (en general, pues, como es lógico, siempre hay excepciones que confirman la regla) para ponerse en algo productivo.
Por eso lideran el fracaso escolar, son minoría en las aulas universitarias, empiezan a escasear en profesiones como medicina o derecho, o en los niveles más competitivos en las cúpulas de dirección de las empresas… mientras en otras profesiones, como la docencia o la psicología, son especie en peligro de extinción.
Crece el número de matrimonios donde ellas ingresan más dinero a casa que ellos… aumenta la dificultad de las chicas para encontrar prospectos que valgan la pena para formar una familia, etc. La edad para la maternidad se retrasa y hay más problemas relacionados con los embarazos, así como con la pérdida de bebés en los primeros meses de gestación.
El número anual de matrimonios ha descendido en muchas partes del mundo, prácticamente a la mitad. Mientras que el de divorcios, me atrevería a pensar, que habrá aumentado al doble… ¿La causa? En los dos casos la misma: la infelicidad.
Esa escasez de madurez tiene un precio muy amargo en el mediano plazo: muchos varones están condenados a una vida madura en soledad, pues los que se casaron y tuvieron hijos no serán capaces de mantener su matrimonio unido en el tiempo; mientras que otros, después de un período de frivolidad promiscua, incapaces de sentar cabeza, terminarán sus días solos y desesperanzados.
La fidelidad y la estabilidad en los matrimonios, después de años de ser la regla, poco a poco parece haberse ido convirtiendo en la excepción. Con la consiguiente tragedia de niños que crecen sin figura paterna o materna, a la deriva en una sociedad cuyos modelos de éxito poco tienen que ver con el trabajo duro y las metas a largo plazo.
¿Tiene la culpa el progresismo? ¿La trivialización de la sexualidad? ¿La infantilización de los varones? ¿El ocaso de la religión como brújula para la vida? ¿El éxito profesional desigual entre hombres y mujeres? ¿Un afán de inclusión que termina siendo exclusión para los varones? ¿La escasez de madurez motivada por la inmediatez de los premios y la huida de todo lo que suponga sacrificio? ¿El feminismo radical que tiende a borrar la masculinidad del mapa social? ¿La reacción contra el patriarcado? ¿Todos esos factores y otros que no se han considerado? A saber.
Mientras se averigua, hay quienes a los que falta poco para llegar a lo que un novelista contemporáneo desarrolla en una de sus obras por medio de una brillante alegoría de la soledad, en la que narra como un anónimo hombre solitario empieza por perder la capacidad de comunicarse con los demás. Intenta la interacción mediante sonidos y gestos, pero no se hace entender, y termina por encerrarse en su casa con la compañía de una estación rusa de radio de onda corta, y los cuidados que le brinda a Oliver, el helecho que acaba siendo su compañero de vida…
Ingeniero/@carlosmayorare