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Todos somos Ryan

Cada uno de nosotros es importante, inmensamente importante, por lo que todo esfuerzo que se realice para salvaguardar esta importancia individual vale la pena. El valor de un ser humano trasciende la simple suma del valor de sus semejantes. Todos valemos igual sin importar quienes somos pero el valor de uno no tiene límites. Cuando a las personas se les ve como simples números se rebaja el valor de todos y de cada uno.

Por José María Sifontes
Médico siquiatra

En la película  de 1998 Salvando al soldado Ryan, dirigida por Steven Spielberg, se plantea una situación extrema. En el desembarco de Normandía del 6 de junio de 1944, en la Playa de Omaha, cientos de cadáveres están tirados sobre la arena, son soldados norteamericanos que ni siquiera tuvieron la oportunidad de comenzar a pelear, cuando fueron despedazados por las ametralladoras alemanas. Entre los cadáveres hay uno que en la parte de atrás de su uniforme se lee Ryan. En los Estados Unidos una de las secretarias encargadas de enviar las tristes noticias de los soldados caídos en combate  a las familias se da cuenta que hay dos soldados muertos con ese apellido. Coteja las direcciones y es la misma. Los fallecidos son hermanos. Al informar a su superior se descubre que hay un tercer hermano Ryan que aún sobrevive pero que corre el riesgo de morir peleando en las ciudades semidestruídas de Francia. El Alto Mando decide salvarlo para que al menos él acompañe y cuide a la madre. A todo un pelotón se le encarga encontrar, rescatar y salvaguardar al soldado Ryan y en esa búsqueda transcurre la película. Al final se le encuentra y se rescata, pero todos los integrantes del pelotón han muerto durante la misión.

Ante esta situación surge inevitablemente una pregunta: ¿valió la pena que varios soldados murieran para salvar la vida de uno sólo? Se plantea un dilema moral. Si se toma únicamente como referencia la relación numérica, e incluso la irrefutable consideración de que todos los soldados tienen el mismo valor como personas y que también tienen madres que los esperan, se diría que no, que no valió la pena el sacrificio, que simplemente no compensa. Pero hay un elemento a considerar y es el valor que cada persona tiene. Toda persona tiene un valor que va más allá de las circunstancias y que es necesario reconocer. Cada uno de nosotros es importante, inmensamente importante, por lo que todo esfuerzo que se realice para salvaguardar esta importancia individual vale la pena. El valor de un ser humano trasciende la simple suma del valor de sus semejantes. Todos valemos igual sin importar quienes somos pero el valor de uno no tiene límites. Cuando a las personas se les ve como simples números se rebaja el valor de todos y de cada uno.

En 1993 el fotógrafo Kevin Carter fotografió a un niño sudanés, extremadamente desnutrido, en el suelo y ya sin fuerzas. Un buitre atrás de él le acecha. La impactante fotografía recorrió el mundo y ganó el premio Pulitzer de 1994. Tiempo después Carter se suicidó. Imposible saber qué pensaba el fotógrafo al tomar tan terrible decisión. Es probable que sentía culpa pues sólo espantó al buitre y se fue. Quizá en el momento pensó que con recoger al niño no haría ninguna diferencia, pues sólo era uno de los cientos de miles de niños afectados por la hambruna en Sudán, como tomar una gota del mar. Quizá después se dio cuenta que rescatar a ese niño sí hubiese hecho una diferencia, salvar aunque sea a ese único niño; pero ya no podía volver el tiempo atrás. Tarde comprendió que un solo ser humano vale toda ayuda y sacrificio.

En este tiempo que nos inclina hacia lo espiritual tal vez convendría que reflexionáramos sobre el valor de cada ser humano, hasta llegar a la convicción de que todos somos Ryan.

Médico Psiquiatra.

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