El valerse por sí mismo significa que no necesitamos de los demás para que nos ayuden. Por ejemplo, la persona que puede hacer sin ayuda todos sus menesteres; el que no se vale de otro para realizarse en la vida. Esto es porque es un individuo sano, sin limitaciones físicas ni mentales, y la salud, precisamente le permite desplazarse por doquier.
La persona sana, por ejemplo, no necesita de silla de ruedas, de muletas o de bastón para poder caminar; el sano, no necesita de medicinas para poder vivir; en fin, alguien que goce de salud vive su vida plenamente.
El médico Hipócrates lo dio a entender cuando dijo la famosa frase que encabeza este artículo. No es que necesitemos de una ayuda inmediata de alguien que nos ayuda con las bolsas del supermercado cuando venimos muy cargados, o que nos ayude a bajarnos del bus debido a nuestra edad longeva. No.
Hipócrates, considerado Padre de la Medicina, fue el más famoso médico de la Grecia antigua, y a quien han venido atribuyéndosele los más famosos tratados de medicina de la época. Su importancia reside en que con él la medicina se desprende de la concepción religiosa y de las prácticas supersticiosas anteriores.
Fundó una moral y una ética médica explícitas, en parte, en su famoso “Juramento”. Nació en Cos, una de las numerosas islas del archipiélago de Grecia.
Y como la buena salud es indispensable para valernos por nosotros mismos, veamos lo que famosos pensadores dijeron acerca, precisamente, de la salud:
Cristina de Suecia: “La salud y el dinero son para usar de ellos”. Aristóteles: “Para mantenerse bueno es necesario comer poco y trabajar mucho”. Séneca: “La salud, lo mismo que la fortuna, retira sus favores a los que abusan de ella”. Desiderio Diderot: “Los médicos trabajan para conservarnos la salud, los cocineros para destruirla; pero estos últimos están más seguros de su cometido”.
El que se vale por sí mismo es alguien que goza de salud. Conservémosla, pues.
Y con respecto a la paciencia, veamos lo que dice el poeta M. Bretón de los Herreros: “Si presto, nadie me paga,/Que es mi suerte muy aciaga;/Si me veo en apuro/ y Llego a pedir un duro/me dan… una reverencia/ ¡PACIENCIA!
Leonardo Da Vinci fue “pintor, arquitecto, ingeniero y escultor italiano. Encarna los nuevos derroteros de y la crisis de fines del siglo XV. Su vida artística se puede dividir en cuatro períodos: florentino (1452-1482), milanés (1483-1499), vida errante (1500-1516) y el último, que abarca tres años, desde el exilio voluntario en Francia, en la corte de Francisco I, hasta su muerte” (“La Enciclopedia”. Volumen 12. Editorial SALVAT. Madrid, España, 2004).
Y con respecto al arte de hablar veamos lo que dice el pensador Persio: “Toda la ciencia del hombre consiste en saber decir lo que conviene decir, y callar lo que es necesario callar”.
Odín: “Jamás se descubre mejor un hombre que sabe poco, que cuando habla mucho”.
Pitaco: “No hablar mal de nadie, ni aún de nuestros enemigos”.
Para hablar, pues, se requiere paciencia, serenidad, calma, razonamiento, lógica; pensar serenamente en cada palabra que se dice, en cada frase, de tal forma que el discurso sea claro, conciso, sereno, a fin el escucha entienda perfectamente lo que oye.
Hablemos claro, pues, sin cantinflear. Y daremos una imagen de un buen hablante, demostrando cultura en el habla. ¡Sí, señores!