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Religión y sociedad

Lo cierto es que esas experiencias religiosas omnipresentes en todas las sociedades no se quedan únicamente en lo místico o en lo puramente abstracto, como tampoco en la simple moral que determina lo que está “bien” o “mal” visto en cada cultura. Indefectiblemente lo religioso termina por encarnarse en ritos, ideales, normas, principios… realidades que nos rodean en todo lo humanamente emprendido.

Por Carlos Mayora Re
Ingeniero @carlosmayorare

Si uno teclea en Google: “religión y modernidad”, esto es lo que responde el motor de búsqueda: “una de las dimensiones fundamentales de la modernidad es su abandono de la religión. Los pensadores de la Ilustración consideraban, en efecto, que las creencias religiosas eran un obstáculo del que había que liberarse para pensar por uno mismo y transformar el mundo mediante el uso de la razón científica”… increíble. Google, que tiene por orgullo estar siempre actualizado, parecería haberse quedado en el siglo XVIII, como si desde los días de la Ilustración las relaciones entre religión y modernidad hubieran permanecido inmutables.

Aunque, quizá, el algoritmo esté “pensando” en el cristianismo como religión -que, para decirlo todo, tampoco es que haya desaparecido- y por eso, ante el debilitamiento de la práctica religiosa cristiana en grandes estratos de la cultura occidental, algo de razón podría haber.

Sin embargo, cuando se estudia un poco más la cuestión, y -por supuesto- se dejan de lado tópicos y estereotipos; con un poco de honestidad intelectual, uno se da cuenta de que la religión (y en este caso el cristianismo específicamente), más que un obstáculo del que hay que liberarse para el avance científico, es una condición sin la que la ciencia moderna jamás habría existido.

Allí están, si se desea profundizar al respecto, las tesis de Stanley L. Jaki, historiador de la ciencia, físico, filósofo y teólogo de nacionalidad húngara, que con rigor demuestra precisamente lo contrario: la ciencia, cuando es verdadera ciencia, no solo no se opone a la idea de lo sobrenatural, sino que puede acercar a Dios al científico.

Una tesis comprobada una y otra vez por personas concretas, quienes, al tratar de asomarse a la comprensión de la verdad sobre las cosas del mundo, han terminado acercándose a la idea de Dios; si no, a convertirse si antes no eran creyentes.

Como sea, cada vez más aquellos que alguna vez tuvieron por dogma eso de que “el mito de Dios” era un obstáculo para el avance del conocimiento científico, ante la evidencia contraria, terminan aceptando que no hay manera humana de deshacerse de la tendencia antropológica/cultural que lleva a colocar la religión, y en este caso no necesariamente la religión cristiana, sino la religión, en general, en el centro de cualquier tradición cultural.

De manera que la relación humana con lo espiritual (por no decir lo sobrenatural), siempre ocupa un lugar destacado en el caleidoscopio de los valores en boga en cualquier sociedad.

A fin de cuentas, lo que se puede llamar “experiencia religiosa” aparece siempre como un eje común, o como un hilo conductor, de la cotidianeidad de la inmensa mayoría de las personas. Aunque lo sagrado, lo santo, no termine de identificarse ni con el Dios cristiano ni con el de otras confesiones que creen en un ser personal trascendente.

Lo cierto es que esas experiencias religiosas omnipresentes en todas las sociedades no se quedan únicamente en lo místico o en lo puramente abstracto, como tampoco en la simple moral que determina lo que está “bien” o “mal” visto en cada cultura. Indefectiblemente lo religioso termina por encarnarse en ritos, ideales, normas, principios… realidades que nos rodean en todo lo humanamente emprendido.

En lo que sí podríamos estar de acuerdo es en que la religión cristiana con frecuencia es desplazada, y la religiosidad de algunas personas, o de grandes sectores sociales, se cristaliza por medio de realidades más o menos próximas, más o menos cotidianas; pero siempre espirituales y en cierta forma sobrenaturales, pues, como se ha escrito “los seres humanos no podemos prescindir de las vivencias trascendentales, ni sustraernos a los empeños ininterrumpidos de sacralización”…: desde los derechos humanos hasta el pensamiento woke, pasando por la sacralización del cuerpo y de la salud, o la adoración de la propia autonomía en el altar de la voluntad.

Ingeniero/@carlosmayorare

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