Conocí al Padre Pablo una tarde de septiembre del 2012. Yo estaba pasando por un momento duro y tenía casi treinta años alejada de la Iglesia Católica. Necesitaba un lugar dónde llorar y terminé sentada en la banca de atrás de una parroquia de la Vicaría de la Asunción. Me encantaría decirles que el Padre Pablo salió y predicó una homilía dulcita que sanó mi corazón herido. Nada que ver. Habló de la importancia de pagar sueldos justos y tratar al pobre de una manera digna. Habló de cómo a veces se gastaba más en el salón que en el sueldo de la colaboradora del hogar. Habló y habló y habló. Y yo dejé de llorar y comencé a escuchar, dándome cuenta de que mi tragedia no era tan grande. Me gustó tanto su discurso que regresé a su parroquia.
El Padre Pablo tenía un sueño: crear oportunidades para los jóvenes de las cinco comunidades de alto riesgo que estaban en su sector. Luchó por eso, pero digamos que era difícil y su feligresía, al principio, no lo entendía muy bien. Estos eran los años antes que el concepto de la RSE fuera popular y su discurso era muchas veces calificado de incendiario.
Un día, un conocido empresario, a quien llamaremos don Memo, llegó a misa a la parroquia. El Padre Pablo siempre daba un reporte de dónde y cómo se gastaba cada centavo del dinero que entraba a su parroquia, el cual casi siempre, estaba en números rojos, bajo el lema "Al César lo que es del César". A Don Memo le impresionó esa transparencia, e invitó al Padre Pablo a almorzar. El Padre le hizo una contrapropuesta poco usual: que el empresario fuera a almorzar a la casa parroquial, a ver si "no se le arruinaba el almuerzo". Don Memo, un hombre que hizo muchísimo por el país y que era verdaderamente un ser humano en todo el sentido de la palabra, aceptó.
No sé si se le arruinó el almuerzo o no, pero el Padre Pablo le dio a Don Memo un "tour" por las comunidades aledañas, señalándole las múltiples necesidades que había. El empresario logró ver lo que muchos en la parroquia no veían, y prometió ayudarle. Lo conectó con una fundación y la casa vieja que servía como centro pastoral comenzó a ser remodelada para crear un espacio donde los jóvenes no sólo recibieran instrucción religiosa, sino también pudieran mejorar sus vidas tanto en lo práctico como en lo social.
Mientras se remodelaba la casa, el empresario le preguntó al Padre Pablo si tenía alguna petición especial. El Padre le respondió que "baños dignos". Para ponérselos en contexto, aún en San Salvador mucha gente se ve forzada a usar retretes de fosa. La casa quedó preciosa, con baños enchapados y muebles de primera. Pero aún se debía una gran parte, a pesar de que se comenzó un proyecto a nivel parroquial. Sin embargo, otro gran hombre y filántropo, que había ayudado a la parroquia por largo tiempo, a quien llamaremos Don Amado, hizo una donación póstuma y la casa quedó cancelada. El Centro Parroquial era una realidad.
Poco a poco, otras organizaciones, instituciones educativas y empresas se percataron de que la visión del Padre Pablo encajaba con la propia y comenzaron a colaborar. Hoy día, la Fundación del Padre Pablo da clases de computación, alfabetización, emprededurismo, cocina, inglés y mucho más a jóvenes de NUEVE comunidades. Además, ofrece talleres de habilidades blandas y, obviamente, hay una pastoral juvenil. Los jóvenes incluso han comenzado su propio emprendimiento de catering, muy bueno por cierto.
Don Memo ya se reunió con Don Amado en la Iglesia Triunfante. Estoy seguro de que el Señor, en su misericordia, les dio a ambos el premio de aquellos que visten al desnudo, dan de comer al hambriento, construyen baños dignos para quienes no los tienen en casa y donan a quien más lo necesita un espacio para crecer. Pero, aquí en la tierra, su generosidad continúa cambiando vidas.
Quisiera poner el nombre real del Padre Pablo (le puse así porque siempre me ha parecido, como San Pablo, un gran león de Dios), pero sé que él no es de las personas que les gusta "promocionarse" y no estaría contento de que lo hiciera. Sin embargo, para mí, el Padre "Pablo" es el referente de lo que un cristiano, y un salvadoreño debe ser y hacer: preocuparse por los pobres y crear oportunidades para que sus vidas mejoren. Si algo aprendí del Padre Pablo fue que todos somos iguales, en la mesa del Señor, y afuera, tambien, y que la fé, unida con la justicia, mueve montañas.
Nuestro país lleva el nombre de El Salvador. Aunque legalmente seamos un país laico, no podemos negar el profundo significado espiritual que ese nombre ha jugado en nuestra complicada historia. Puedo dar fe de que en esta bendita tierra hay muchos hombres y mujeres santos -religiosos y laicos, católicos y evangélicos- que buscan mejorar la vida de los salvadoreños más necesitados. Si lo analizamos, hacer lo que dice el Evangelio- vestir al desnudo, alimentar al hambriento, dar de beber al sediento- es efectivamente hacer Patria. Y en este momento es lo que nuestro país necesita: que nos esforcemos por cambiar nuestro metro cuadrado.
Pero, por si quieren oír al Padre Pablo y conocer a este sacerdote y salvadoreño excepcional (y de paso ayudar a la parroquia para que más jóvenes rompan el ciclo de la pobreza ) les doy una pista: la parroquia está en alto y tiene un vitral espectacular, encima del cual se lee la siguiente frase "Jesucristo, ayer, hoy y por los Siglos"
¡Felices Fiestas Patrias y cambiemos nuestro metro cuadrado!