La Doctrina Social de la Iglesia (DSI); entendida como el conjunto de reflexiones y enseñanzas que la Iglesia Católica hace en relación a la vida política, entendida esta en su significado más genuino, es decir, basada en la naturaleza social del hombre y su vida en comunidad; ha cobrado más importancia -y cierta actualidad- a partir de la encíclica “Fratelli Tutti” del Papa Francisco.
Ese documento, publicado en octubre del año 2020, centra la vida en sociedad en un valor universal: la realidad de la fraternidad humana. En sus páginas, reta al mundo a dar un giro en los valores que fundamentan las sociedades, desafía a todos a trascender la pura y dura economía o la política entendida como mera gestión de la vida social. Y basar la sociedad en valores más verdaderos, antropológicos.
Un discurso disruptivo en un mundo en el que la atomización de la sociedad, y el consecuente tribalismo que hipertrofia las diferencias, se han convertido en el pan de cada día en las sociedades más avanzadas, o -si se quiere- económicamente desarrolladas.
Unas sociedades que cada vez más se construyen a partir de lo que en ese documento se llama “individualismo radical” que identifica el papa con un “virus”, un agente patógeno que seduce, pues “nos hace creer que todo consiste en dar rienda suelta a las propias ambiciones, como si acumulando ambiciones y seguridades individuales pudiéramos construir el bien común”.
También entra el documento en análisis político, criticando no tanto los resultados y consecuencias de los dos sistemas de convivencia social ahora en boga en Occidente: populismo y liberalismo, sino más bien sus fundamentos teórico/prácticos.
Concretamente, hablando del carisma de un líder popular, señala que esta fatal atracción tiene el serio peligro de “derivar en insano populismo cuando se convierte en la habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y su perpetuación en el poder”. O bien, cuando, simplemente, “busca sumar popularidad exacerbando las inclinaciones más bajas y egoístas de algunos sectores de la población”.
Por su parte, el liberalismo individualista, apunta, tiende a despreciar a la gran mayoría de las personas que viven en una sociedad, pues por su matriz positivista simplemente ignora lo que va más allá del dato, de la persona concreta. Para el liberalismo la sociedad, como un todo, no existe, solo hay personas e intereses individuales en competencia mutua.
Una visión del mundo que desemboca en comprender la sociedad como la mera suma de intereses que coexisten. De modo que es imposible vivir la fraternidad pues el concepto de sociedad se “desdibuja en las visiones que ignoran el factor de la fragilidad humana, e imaginan un mundo que responde a un determinado orden que por sí solo podría asegurar el futuro y la solución de todos los problemas”… sin ser capaces de realizar que el principal problema surge cuando lo común es despreciado y lo individual es hegemónico.
¿La solución a los problemas expuestos?: la política. Que, según Fratelli Tutti, es “más noble que la apariencia, que el marketing, que distintas formas de maquillaje mediático”, y que llama al político a ser “un hacedor, un constructor con grandes objetivos, con mirada amplia, realista y pragmática, aún más allá del propio país”.
Pues bien. Dos años después de este escrito que propone no solo desempolvar sino sacarle brillo a uno de los valores cristianos más aceptados universalmente, la fraternidad humana, se publica “Dignitas infinita”. Otro documento de la Santa Sede que profundiza más en el fundamento de la vida social entendida en clave no solo cristiana, sino profundamente antropológica: la dignidad que es inherente a todo ser humano, únicamente por el hecho de serlo.
Pero de esto, que seguramente interesa precisamente por sus consecuencias y aplicaciones prácticas, hablaremos en próximas ocasiones.
Ingeniero/@carlosmayorare