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La grandeza de un barista...

En medio de la locura que parece ser el mundo, una vida sencilla como la de Víctor Flores nos recuerda que, más allá de la grandeza según la sociedad, estamos llamados a otra clase de grandeza: a la decencia y la bondad. Víctor Flores creía en su país y en formar mejores ciudadanos. Mi admiración para alguien que intentó ser ejemplo desde su metro cuadrado, trabajando en el negocio familiar y convirtiéndose en el segundo mejor barista a nivel latinoamericano.

Por Carmen Maron
Educadora

   Todo ser humano tiene sueños de grandeza. Es normal. Es lo que hace que seamos capaces de superarnos, de hacer cosas que van más allá de lo ordinario. Se podría decir que, de todos los que poblamos este planeta, quizás un diez al quince por ciento los logra. No tenemos que ir muy lejos. Frank Rubio, nuestro compatriota,  llegó a ser astronauta, algo que muchos soñamos ser de niños (yo lo soñaba, aun siendo niña).Pero existen también  otros sueños de “grandeza”, más sencillos, más terrenos.    Hace unos días una parte del país amaneció llorando la muerte de alguien que muchos no considerarían un “grande”. Era en realidad un barista. Víctor Flores, el “Chef Maney”. Yo, como muchas, me sentí abrumada por su partida. No era su amiga, era su clienta. Antes de la pandemia me encantaba pasar por su local y comprar de su mini pan dulce para mis reuniones. Comencé en la primera sucursal y después iba a tomarme una taza de su excelente café a su local en la San Benito. Esa fue toda mi relación con él. Pregúntenme por qué se me llenan los ojos de lágrimas mientras escribo este artículo y por qué las redes sociales están llenas de palabras de condolencia. Quizás porque entre las bromas al comprar, o al servir una taza de café, la atención y el ambiente del local en general, uno se daba cuenta de que estaba frente a una persona buena y generosa.

     En medio de la locura que parece ser el mundo, una vida sencilla como la de Víctor Flores nos recuerda que, más allá de la grandeza según la sociedad, estamos llamados a otra clase de grandeza: a la decencia y la bondad; a ser buen padre, buen hijo, buen amigo, buen jefe, buen trabajador.

    Una vida como la de Víctor Flores nos recuerda que una sonrisa y una actitud amable son valiosas en un mundo que se vuelve cada vez más duro y demandante. Nos recuerda que hay cosas en la vida que parecen poca cosa, pero no lo son: un buen café, departir entre amigos, trabajar de manera honesta para lograr metas y sueños que, quizás no sean llegar a la Luna, pero son igual de importantes. Muchas veces llenamos nuestra vida de cosas que, al final, se van a quedar aquí. Con su café, el “Chef” nos recordaba qué era lo importante: reírse y llorar con los que apreciamos, celebrar triunfos, ponernos al día, consolarnos...

   Y, al final, una vida como la de Víctor Flores nos recuerda la importancia de luchar contra las adversidades con una actitud positiva, de buscar ver a los hijos crecer y cuidar a la familia, de proveer trabajo para los salvadoreños. Quizás, por eso, duele tanto que haya perdido la batalla, porque son luchas pequeñas, pero nobles y hay pocos que están dispuestos a lucharlas de corazón.

     Víctor Flores creía en su país y en formar mejores ciudadanos. Mi admiración para alguien que intentó ser ejemplo desde su metro cuadrado, trabajando en el negocio familiar y convirtiéndose en el segundo mejor barista a nivel latinoamericano. ¿Y en qué cambia esto al mundo?, me dirán. En sí mismo, en nada. Pero si cada uno de nosotros tratara de ser lo que ahora se llama “la mejor versión de uno mismo”, la colonia, la ciudad, el país y el mundo en que vivimos serían mejores.

   Quizás usted no conoció a Víctor Flores ni jamás fue a su local. Pero todos conocemos a un Víctor Flores. Puede ser la señora de la tienda de la esquina, que le fía a una madre soltera agobiada; puede ser un mecánico como el mío, (saludos, Don Jonathan), que no se aprovecha de la ignorancia automovilística de las mujeres; puede ser el profesor que se esfuerza por ayudar al alumno que necesita refuerzo, pero no lo puede pagar.

    Sí, el ser humano siempre tiene sueños de grandeza, y qué bueno que los tenga. Qué bueno que un salvadoreño haya logrado su sueño de estar en el espacio. Pero no nos olvidemos de los otros, y quizás más sencillos, sueños de grandeza, de los sueños como los que tuvo Víctor Flores. Que su vida y la de tantas otras personas con sueños de bondad y solidaridad nos inviten a soñar con ser agentes de cambio.

   Descanse en paz, Chef Maney, y brille para usted la luz perpetua.

Educadora.

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