“No puedo comenzar sin decirles lo increíble que me parece poder contemplar desde aquí a todos y cada uno de ustedes; ni dejar de manifestar con cuánta ilusión hemos esperado este momento en que tantas personas, procedentes de setenta y tres países y pertenecientes a campos tan diversos como los negocios, los medios, la política, las artes, la academia, la sociedad civil… estamos reunidos. Sean ustedes muy bien venidos”.
Así comenzaba la Baronesa Philippa Stroud el discurso de inauguración de “ARC Conference 2023” que tuvo lugar los últimos días de octubre en la ciudad de Londres, y al que tuve el privilegio de poder asistir. ARC es el acrónimo de “Alliance for Responsible Citizenship”; o Alianza para una ciudadanía responsable. Un nombre que, si bien es sugerente, no hace justicia a lo que pudimos vivir en esos tres días de trabajo. Un festín de ideas orientadas a cambiar la cultura desde dentro (como alguien lo definió) y la posibilidad de interactuar, y unir fuerzas, con personas que ya lo están haciendo.
Ante un mainstream cultural/global más bien pesimista y sumamente complicado, ARC creó un foro de encuentro entre personas no conformistas, activas, convencidas de que está en sus manos cambiar el rumbo cultural del mundo. En el fondo es poner en práctica aquello de que “quejarse no sirve de nada si no haces algo para cambiar lo que te quejas”: “create… not complain”.
A la derecha del escenario había una cita que describía en cierto modo de qué se iban a tratar esos tres días: “cuando llegues a una encrucijada observa de dónde vienes, pregúntate por el buen camino y toma una decisión, solo así hallarás descanso para tu ánimo”. Y eso hicimos de la mano de personas extraordinarias: observar, pensar, conversar y decidir… para luego, cada uno desde su propio lugar, actuar.
Me atrevería a decir que si no todos los asistentes, sí su inmensa mayoría, convencidos de que el mundo en general y la cultura Occidental en particular pasan por un período de abundancia material absolutamente inédita, al mismo tiempo podrían haber suscrito esa gran verdad que en su momento escribió Solzhenitsyn acerca de que “la fortaleza o la debilidad de una sociedad depende más de su nivel espiritual que de las riquezas materiales que pueda haber acumulado… si las fuerzas anímicas de una nación se secan, ésta no podrá ser salvada de su propio colapso ni por el más perfecto gobierno, ni por el más avanzado desarrollo industrial, pues un árbol con las raíces podridas no puede permanecer en pie”.
Ahora bien, ARC no fue un foro pesimista. Todo lo contrario. Sus promotores, seguros de que estamos en lo que allí se llamó “un momento civilizacional”, definido magistralmente por Os Guinnes, están convencidos -y transmitieron excelentemente a los asistentes dicha certeza-, de que la renovación o el declinar de la cultura pasa por las manos de las personas concretas, optimistas y trabajadoras, y no tanto por el buen hacer de gobiernos, instituciones u organizaciones.
A lo largo de los tres días, hubo como un leit motive que venía a decir que las narrativas desmoralizadoras deben ser sustituidas por una nueva forma de ver las cosas, por -como se llamó en el foro- “a better story”, una narrativa no solo optimista, sino realista y audaz.
Todo construido sobre cuatro pilares que han sido, desde siglos, los fundamentos del progreso y del florecimiento humano que hemos alcanzado hasta nuestros días: el convencimiento de que la vida de cada persona tiene un infinito valor; de que cada ser humano tiene un significado y un propósito; de que no solo existe la verdad, sino también de que ésta es cognoscible; y que todos y cada uno de nosotros tiene algo con lo que contribuir no solo para detener la decadencia de la cultura actual, sino -decididamente- para contribuir a su misma renovación.
Ingeniero/@carlosmayorare