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¡Empatía!

“La verdad, dicha sin caridad, es una injusticia” (San Antonio María Ligorio).

Por Carmen Maron
Educadora

Cuando yo tenía 21 años, el Pastor de Jóvenes de la iglesia a la que yo asistía murió en un accidente de tránsito. Con él murió un misionero norteamericano amigo mío. Regresaban de dejar a los papás del misionero que habían venido a conocer El Salvador.


A la altura de Santo Tomás, la calle de ida estaba en reparación, pues se había hundido. El microbús que manejaba el pastor venía en el carril derecho de la calle de regreso y un bus lo impactó de frente. El pastor murió instantáneamente.
El pastor tenía dos hijos gemelos pequeños. Los padres del misionero fueron recibidos en el aeropuerto de Houston por personal de TACA para informarles. La esposa del pastor llegó a la iglesia y podíamos oír sus sollozos hasta el primer piso desde un tercero. Lo que siempre quedará impreso en mi mente es ver la tomarse fotos con sus hijos sobre el féretro, durante el entierro. Me pareció morboso, pero luego entendí: era la única manera de que sus hijos recordarían lo que pasó. Tenían dos años.


Adelantémonos once años, año 2002. Era maestra de segundo de bachillerato en un colegio bilingüe y todavía recuerdo que al final de la segunda fila, a mano izquierda del salón, se sentaba Mario. Era uno de esos chicos que lo tienen todo: inteligente, guapo y con una novia rubia y simpática. Sus papás estaban involucrados en un grupo católico y él, hijo único, ayudaba con el negocio en vacaciones.


El jueves de las vacaciones de Acción de Gracias fue a hacer un DEPÓSITO y a llevar unas herramientas a la oficina de la empresa. Estás estaban dentro de una bolsa de cuero negro. Pongo la transacción en mayúsculas, porque mi alumno llevaba diez dólares en su billetera. Al parar en un semáforo, un hombre se bajó del vehículo delante de él, lo encañonó y le pidió “el dinero”. Mario, por lógica, les entregó su billetera y las llaves del carro. El hombre siguió gritando que quería el dinero.

El conductor de atrás, que luego contó la historia, dice comenzó a pitar para distraerlos. Error. Mario, al parecer, se dio cuenta de que pensaban que la bolsa de herramientas era dinero y se dio vuelta para entregárselas. El ladrón se asustó y le disparó en la cabeza. La bala salió por la oreja izquierda.


Mario sobrevivió. Estuvo hospitalizado por meses, entubado por semanas y luego con una traqueotomía por casi medio año. Aprendió a caminar de nuevo, pasó por docenas de cirugías plásticas y ahora trabaja con una compañía norteamericana, que le ha facilitado una computadora con un sistema de lectura de voz y un teclado Braille, pues perdió el ojo izquierdo y es legalmente ciego en el derecho. Vive solo y es independiente, pues puede ver siluetas y sombras con un ojo. Pero, en este país retrógrado en necesidades especiales, fuera de su trabajo, no tiene mucha vida social.

Adelantémonos ahora veinticinco años a la primera historia. A mediados del 2017, comencé a notar que Don Natanael, que era el mensajero donde yo trabajaba, se había puesto delgado y tenía unas ojeras enormes. Le pregunté a mi administradora qué había pasado y me dijo que hacía dos meses el hijo de Don Natanael no había regresado a su casa de su trabajo. “No le dije porque pensé que no le iba a importar, Lic.”…


¡Claro que importaba!

La próxima vez que lo vi lo senté con un café y le pregunté qué había pasado. La historia que muchos conocemos: el hijo salió para el trabajo un día y nunca regreso. Lo habían buscado por todas partes. ¿Sabía la policía? Sí, sí sabía. Habían puesto la denuncia Quizás se había ido a Estados Unidos “y cuando menos pensaran les iba a hablar. Usted sabe, Licenciada…”


Por semanas lo senté en mi oficina y lo dejaba hablar. Me contaba que era el primer hijo que se había graduado de la universidad, que era su orgullo, me mostraba fotos. Luego, poco a poco, comenzó a poner excusas para no tomar café. Entonces supe que había perdido toda esperanza. Pregunto por él todavía, su hijo nunca volvió.


Ahora les pregunto, especialmente a los que les encanta comentar mis artículos que no leen, ¿cual sería su comentario?


Pues, basado en lo que he visto con la noticia de la muerte del joven que fue encontrado en El Pital, el accidente del Luceiro y tantas otras noticias, me imagino que dirían que el pastor iba bolo o a alta velocidad, y que Mario a saber en qué marufiadas estaba metido y que mínimo, “como tenía dinero”, llevaba droga entre las herramientas. Asumo que todos dirían que Don Natanael “no criaba bien a su hijo”, que los padres son los últimos en saber, que “a saber si era delincuente”. ¿Saben cómo se le llama a eso? Juicios temerarios: es decir, estar convencido de que la otra persona es mala sin usted conocerlo. Pero, por revelación divina, usted ya está convencido de que es verdad y ¡aleluya, amén!
Yo no sé si los salvadoreños han perdido la noción de que cualquier muerte es un dolor para la familia, o quieren tener su cinco minutos de fama en internet, o simplemente sienten tanto odio que les desborda para hacer el tipo de comentarios que hacen, o todos juntos. Pero, ¿qué ocurriría si fuera SU hermano, padre, o hijo? ¿Cómo se sentirían si un perfecto extraño viniera a asumir que era alcohólico, drogadicto o anda en malos pasos, y no sólo lo asume, si no que lo asevera para que todos lo lean? Entiende que USTED.NO.LO.SABE. Así de sencillo. NO. LO. SABE. Y puede dejarme su comentario odioso y seguir haciéndolo porque cree que sabe más que todos. Hágalo si quiere. Suba los memes si quiere. Eso no quita que está MAL. Porque CUALQUIER muerte, accidente, pérdida, injusticia, clamor de madre, niños abandonados, ancianos enfermos, personas con cáncer, abortos y etc. etc. etc. SON TRAGEDIAS HUMANAS. Y saben lo duro es que nunca se sabe cuando le puede tocar a uno. Y aunque fuera verdad: “La verdad, dicha sin caridad, es una injusticia” (San Antonio María Ligorio).

Para aquellos que tienen la humildad y el sincero deseo de construir un país mejor, existe una palabra: EMPATÍA-”participación afectiva de una persona en una realidad ajena a ella, generalmente en los sentimientos de otra persona”. Ser empáticos no hace que nadie apoye ni deje de apoyar a quien usted quiera, tampoco implica dejar a un lado su posición sobre un tema, ni sus creencias. En todo caso, lo hacen ser humano cuerdo y prudente, que no habla si no sabe. Y eso va para TODOS nosotros. Alegrarse y burlarse del dolor ajeno, sea de una vendedora ambulante como de un funcionario gubernamental, nos hace personas de corazón putrefacto. Usted puede estar muy en desacuerdo con ideas y hechos, pero eso no justifica buscar el mal y menos insultar a CUALQUIER persona (y pueden bajar todo mi historial de artículos, y ver que yo JAMÁS he insultado a nadie, por nombre).


¿Queremos ser un país de primer mundo? Comencemos por actuar como ciudadanos de primer mundo y respetemos el dolor ajeno. Porque si no, ese odio y ese dolor van a rebalsar, tarde o temprano.

Educadora.

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