Creo que para es importante explicar el término “encachimbado”: es un estado anímico psicológico, utilizado como superlativo para “molesto” o “frustrado”. El que está encachimbado no piensa bien y, por tanto, es incapaz de tomar decisiones trascendentales o importantes, ni siquiera las adecuadas para abordar los problemas más triviales, ya que ese enojo le nubla la mente.
Saco a colación este tema ya que la sociedad salvadoreña desde hace décadas vive en un proceso tóxico y lento que nos ha llevado a vivir permanentemente encachimados. Los primeros pasos se dieron con el odio hacia el “rico” por medio de la predica del evangelio envenenado de la Teología de la Liberación que, junto a otras causas, fue el caldo de cultivo nos llevó a matarnos entusiastamente entre nosotros durante la guerra civil. El intolerante conservadurismo social y económico no ayudó en nada en el proceso…
Ya en la época posterior a los Acuerdos de Paz ¿quién no recuerda las alocuciones radiales del primer presidente del FMLN, que espetaba odio político a diestra y siniestra? Contra empresarios, líderes de oposición, ex correligionarios que osaban pensar diferente… Algunos celebramos su fin en la presidencia, pensando que las cosas iban a cambiar, pero, en estos últimos años, ese “odio colectivo y difuso” dirigido al que piensa diferente ha sido exacerbado por la interacción en redes sociales.
Expresar una idea simple puede provocar una andanada de insultos e improperios. Uno escribe a las 8:00 am un tuit: “señores, el tráfico está terrible”, y las respuestas son: “ajá hiju’e’la’gran @#$%??!!^^&, ¿y por qué en tiempo de ARENA y del FRENTE no decías nada, ahí si bien feliz andabas manejando?”… ¿qué podés contestar ante un comentario así?
Entiendo que mucho de ese ruido e interacción toxica en redes proviene de las granjas de troles cuyos algoritmos se activan cada vez que una cuenta que ellos consideran como “no alineada” emite una opinión cualquiera… pero por revisiones que hemos hecho de algunas de esas interacciones, hemos notado que no todos son troles ni respuestas automáticas, hay realmente personas de carne y hueso detrás de esas reacciones histéricas, intolerantes y desmedidas.
Ese comportamiento social tóxico no es nuevo, ha ocurrido en repetidas ocasiones a lo largo de la historia antigua y contemporánea, y sucede cuando se inyecta odio a una sociedad contra un enemigo. Pasó en el Medioevo con la cacería de brujas; en España, Rusia zarista y la Alemania Nazi, respecto a los judíos; con los Kulaks y los “enemigos internos” durante el terror desatado por Stalin; con los intelectuales, durante la sangrienta Revolución Cultural de Mao en China y bajo Pol Pot en Camboya. Ese comportamiento social destructivo ha sido denominado “La Hipótesis de la Indignación”.
Cuando una persona está molesta, experimenta un efecto psicológico denominado “intención punitiva”. Ese sentimiento se traduce en una propensión a imponer a una persona o grupo de personas, un castigo que no necesariamente esté acorde a la responsabilidad objetiva de esa persona, sino de la necesidad de satisfacer un sentimiento de odio, rechazo o venganza, de tal forma que se renuncia a la noción moderna de justicia y proporcionalidad de la pena, optando por imponer el bíblico “ojo por ojo”.
Es claro que el fenómeno social de las maras llenó a El Salvador de dolor y luto. Es claro que todo salvadoreño bien nacido, desea que las autoridades dieran solución al fenómeno que había arrebatado al Estado el control efectivo sobre el territorio, así como el control económico (ya que las maras imponían sus propios impuestos dentro de los territorios que controlaban). Todo ello provocó que nos sintiéramos enojados, frustrados, molestos contra esos delincuentes que nos arrebataban vidas y sueños.
Resulta claro que los partidos políticos tradicionales con su opacidad en el manejo de la cosa pública, mañas, acuerdos políticos debajo de la mesa, corrupción, nepotismo e incapacidad, llenaron de hartazgo a los salvadoreños, por lo cual mostraron su encachimbamiento desbancándolos mediante un masivo voto en contra, entregando todo el poder político al presidente y su partido.
Ahora bien, el tema es que no podemos pasar encachimbados todo el tiempo. El odio no puede ser nuestra brújula. Esas emociones no nos permiten desarrollar una característica clave para el proceso de juzgar: el sutil efecto de ponderar adecuadamente la realidad frente a las pruebas de que disponemos. Cuando estamos molestos, tendemos a ser cegados por la intención punitiva; y cuando estamos indignados no somos conscientes de los efectos reales y a largo plazo de nuestros actos y decisiones. En una palabra: cuando estamos encachimbados, confundimos “hacer justicia” con “obtener venganza”.
Desactivar el odio de nuestras mentes y serenarnos, y ponderar adecuadamente lo que está ocurriendo en el país, es el primer paso para sopesar lo que traerá a nuestras familias las próximas decisiones políticas que tomemos, las cuales tendrán consecuencias trascendentales para todos nosotros.
Abogado, Master en leyes/@MaxMojica