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Caminando con la historia

Puede ser un despido, un divorcio, una traición, la quiebra de un negocio- cada quien conoce los conflictos y dolores de su historia. Y no hay respuestas. Sin embargo, el mejor propósito de año nuevo es caminar en ella con Dios (o con buenas vibras, si no son creyentes)

Por Carmen Maron
Educadora

Todos tenemos una historia. Todos caminamos nuestra historia. Monseñor Romero dijo en su última homilía en Catedral “Dios es el que hace nuevas las cosas, es el Dios que va con la historia”.


Cada año nuevo, miles de personas hacen sus propósitos: ir al gimnasio, comprarse un carro nuevo, conseguir un nuevo trabajo. Y esta bien. No hay nada de malo en eso. En la vida hay que ponerse metas y planificar. Pero, tenemos que darnos cuenta, al caminar nuestra historia, que la vida no es algo que podamos planificar del todo (algo que harto debimos aprender con la pandemia) y que más allá de las metas materiales, debemos esforzarnos por poner, como meta número uno, caminar nuestra historia.

En el 2012, una amiga de colegio, a quien no había visto en diez años, me recomendó para una plaza de traductora externa para la organización en la que trabajaba. El trabajo era bonito, así que me sometí al proceso y lo gané. Después de DIEZ años, de repente volví a estar en contacto con ella casi semanalmente, pues llegaba a firmar mi pago. Poco a poco, comencé a llegar más tarde, para firmar y luego esperarla y “sentarnos a chambrear” .


El 30 de julio del 2013 (hace diez años…) llegué y le pregunté que si quería irse a tomar un café. Me dijo que su gastritis estaba muy mal, y que le habían dado dos semanas de tratamiento. Yo salía de viaje para la Semana de Agosto y quedamos en vernos el 10 de agosto.


Iba entrando de misa el 8 de agosto cuando me llamó una compañera de colegio. “Mire, dicen que la Verónica está en el hospital con cáncer”. Yo le dije que chambres debían de ser. Hice un par de llamadas y no, todo parecía normal, aunque me extrañó que ella no me contestó. Pero esa misma amiga me volvió a llamar temprano el domingo. “Mire, vi a los papás de la Verónica…”.


Para hacerles corta la historia, en dos semanas la vida le cambió. Su gastritis era cáncer. La operaron, salió del hospital, llegó a la casa, tuvo una emergencia y volvió al hospital.


Dos semanas…


La visité en el hospital los meses siguientes, hasta que decidieron llevársela a casa un tiempo, con sondas y bolsas en todas partes. Una tarde me llamó la hermana: “Venga a verla, si quiere que la reconozca”. Entré a su cuarto esa tarde soleada de noviembre y me senté. ¿Qué decía? Tanto ella como yo sabíamos que se iba a morir. Nos quedamos viéndonos en silencio un rato y finalmente ella me dijo. “No entiendo por qué Dios no me sanó, si le hice tantas promesas”.


En ese momento, créanme que no tuve respuesta. Ni la tengo ahora. Mi amiga tenía un hijo, era buena persona, era buena hija. De verdad, ¿por qué no obrar un milagro?


Acababa de entrar el funcionamiento el WA, de forma rudimentaria entonces, y, cuando le fue imposible leer mensajes, se los leía la enfermera. Recuerdo que un 12 de enero le mandé uno a las 3:36 p.m. “Descanse, niña. Dios la cuida”. La enfermera dice que se lo leyó. Luego Verónica habló con su hijo y cayó en coma. Iba yo para su casa (ya se había vuelto hábito visitarla) cuando recibí la llamada que acababa de morir a las 4:00 p.m.


Esto parece ser un escrito triste y mórbido pero dicen que el legado de una persona se conoce cuándo él o ella ya no está. El funeral de Verónica estaba lleno y había muy pocos de los chistes que suelen haber en las velas. Todos lamentaban que se hubiera ido la que los aconsejaba, la que donaba parte de su sueldo para unos niños en el área rural, la que hacía mil actos de caridad y misericordia en secreto. Creo que los más sorprendidos fueron su propia familia. Y, si bien sé que nunca tendré respuesta al por qué Dios permitió el cáncer, sí estoy absolutamente segura de que ella caminó con Dios en su historia y cambió un pedacito de este mundo.

Todos comenzamos el año con pendientes, con dolores, con confusión, con sentimientos de injusticia que llegan a los cielos, más allá del simulacro de paz y amor. Es la realidad del ser humano, y no la cambian ni el dinero ni el poder.

Es más, podría hasta aseverar que lo complica. Puede ser un despido, un divorcio, una traición, la quiebra de un negocio- cada quien conoce los conflictos y dolores de su historia. Y no hay respuestas. Sin embargo, el mejor propósito de año nuevo es caminar en ella con Dios (o con buenas vibras, si no son creyentes), a pesar de los mismos, porque no tenemos el próximo segundo garantizado, y lo único que podemos llevarnos es el bien que hicimos. Es el reto más grande y más complicado del ser humano, porque va contra su misma naturaleza. Nuestra historia, bien caminada y, aunque sea una oculta, puede cambiar más vidas de las que nos imaginamos.

Educadora.

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