Conmemoramos la partida de este ilustre salvadoreño, un verdadero prohombre de la patria, a un año de sucedida.
Hombre humanista que sólo su nombre es sinónimo de nobles valores intelectuales, espirituales y cívicos.
Recordar a este insigne personaje es traer a la memoria estas cualidades cristalizadas en un patriota responsable, ilustrado y honesto.
Nació un 1 de septiembre de 1923. Se casó con Alicia Rivera de Martínez Moreno y tuvo dos hijos: Alfredo y Claralicia.
Abogado, diplomático, desempeñó cargos como Ministro de Relaciones Exteriores, fue Presidente de la Corte Suprema de Justicia, Delegado de El Salvador ante las Naciones Unidas, donde defendió la autonomía del Tíbet, Tuvo una participación muy activa en la preparación de la Agenda de la Conferencia sobre los Fondos Marinos como un acto preparatorio para la Conferencia sobre Derecho del Mar, así como también escritor de varias obras de biografías, ensayos y cuentos.
Don Alfredo también presidió la Academia Salvadoreña de la Lengua por más de treinta y seis años. Fue miembro activo de varios institutos y organismos nacionales e internacionales.
Tan grande y fructífera fue la vida de don Alfredo y tan abundantes sus manifestaciones intelectuales, obras y servicios prestados a la Patria e incluso a la comunidad internacional, que en merecida justicia se volvería preciso no unas breves palabras o un discurso, sino una biografía completa para resumir adecuadamente su legado y aportes.
Para intentar acercarnos a conocer un poco más de don Alfredo, nos auxiliamos con la inigualable descripción que hiciera en su momento don Pedronel Giraldo Londoño, un estudioso colombiano, historiador, escritor, periodista, tratadista de derecho internacional y educador, de quien se refiere de la siguiente manera: “Es el personaje más completo que he conocido. No sé bien qué admirar más en él: su transparente pulcritud moral, o su culto clásico a las virtudes de la amistad ; su erudición humanística asombrosa o su intachable lógica jurídica; su memoria que asombra más día a día, o su generosidad que va más allá de cualquier encomio. El doctor Alfredo Martínez Moreno es una de esas figuras con que la historia premia a un país, señalándole al mismo tiempo el modelo para seguir adelante. Representa entre nosotros al hombre cultivado, que es al mismo tiempo profundo y sencillo, íntegro y servicial. Y representa también al ciudadano patriota que siempre pone lo mejor de sí mismo a disposición de los intereses nacionales.
“Querer describir en pocas palabras a don Alfredo no dejaría de ser tarea un tanto compleja, sin embargo, leyendo sus libros, escritos y ensayos, encontramos una descripción sinigual que él mismo nos dejó plasmado en el siguiente párrafo: “Después de haber un hecho un profundo examen de conciencia, considero haber sido un buen estudiante, un profesional honesto, un profesor ameno, un internacionalista aficionado, un articulista leíble, un lector empedernido, un funcionario honorable, un ciudadano responsable y un hombre de hogar.
“¿Acaso se pudiera añadir algo más esa notable descripción de un hombre de la talla moral e intelectual y que debiese ser imitada para que una nación prospere adecuadamente a nivel social y político, y que también aspire a mejores niveles de vida y cultura?
“En una ocasión un periodista le pidió que definiera la esencia de su ser. Ante tan aguda pregunta, inmediatamente contestó: “Soy un aspirante a un hombre de bien”, respuesta que me hizo recordar una de las frases célebres de Lincoln, cuando decía: “Me siento bien cuando hago el bien”. Sin duda alguna compartían nobles aspiraciones.
Su fervor constante del llamado a practicar los valores de morales, éticos y de servicio a la Patria con honestidad, los podemos observar a lo largo de toda su vida en sus escritos y discursos. Tomo para ello un fragmento de su escrito de hace más de medio siglo en ocasión de celebrarse el centenario de la fundación de la Academia de la Lengua correspondiente de la Real Academia Española, donde dice al final de su brillante disertación cuando dice:
“No se puede terminar una disertación con pretensiones académicas sin citar alguna frase latina que resuma adecuadamente la esencia de su contenido, y así, invocando la sabiduría de los clásicos, repetimos “honos habet onus”, es decir, “ los honores entrañan cargas” . Con ello queremos significar que pertenecer a una academia no simplemente confiere honores, sino que, sobre todo, impone deberes personales de buscar la propia superación intelectual y dentro de las posibilidades mayores o menores de cada quien, la obligación ineludible de servir a la cultura, a la sociedad y a la Patria y de mantener con fervor un sentimiento permanente de la solidaridad humana”.
Don Alfredo no perdía ocasión en la cual hacernos un llamado constante a la importancia de actuar con principios y valores cívicos. Y así en el año 2014, cuando se celebraba el Mes de la Patria, fue objeto de un reconocimiento por sus valores cívicos y aportes patrios por parte una prestigiosa empresa. En ese evento, señaló con justificada preocupación que : “la grave crisis moral, cívica y política que desgraciadamente afecta a nuestra República en la actualidad, tan complicada por la variedad de factores profundos que inciden en ella, podría acaso superarse, lenta pero decididamente mediante la consolidación de un verdadero estado constitucional y democrático del derecho en el país, acompañado de una vigorosa educación cívica y de una sólida formación ética, que ennoblezcan realmente la conciencia ciudadana”, palabras que debemos sopesar y meditar en todo momento de la vida de nuestro país.
En sus últimos años y a raíz de la pandemia de covid, que lo imposibilitó a seguir saliendo y asistiendo a reuniones que lo mantenían activo aun a sus noventa y tantos años, nunca dejé de visitarle en su casa periódicamente.
Y no puedo dejar de recordar en estos momentos que en una de nuestras últimas y siempre amenas pláticas me dijo sentirse un poco cansado y le vi ligeramente inquieto, pero con el ánimo de seguir platicando. Con esto en mente, le pedí que me hablara de dos personajes que le inspiraran y trajeran a la mente “serenidad”, inmediatamente me contestó: Abraham Lincoln y Gandhi. Acto seguido me dijo: “Le daré uno más: San Francisco de Asís”.
Cuando iba para mi casa quedaron rondando los nombre en mi cabeza de los personajes que me dio. Caí en cuenta que había en cada uno de ellos rasgos especiales de sus caracteres y que también él lo compartiría en su esencia. Lincoln, el estadista moral y buen gobernante; Gandhi, el hombre de la no violencia y Francisco de Asis, el santo cristiano que en su linda oración dice: “Hazme un instrumento de tu paz…"
Después de una vida larga y fructífera y con el sentimiento de un hombre que queda tranquilo cuando ha puesto el corazón en su tarea y ha hecho todo lo posible por hacer siempre el bien, don Alfredo se ganó el llamado y la promesa cristiana de “ Venid a mi hijos benditos de mi Padre “ y entregó su alma al creador con una profunda paz el 2 de octubre de 2021, a sus 98 años.