Una de las cosas que más disfruto es conversar con amigos. No tengo muchos, pero los pocos que son, realmente me llenan de satisfacción. Entre estos, la dra. María Isabel Rodríguez, ocupa un lugar especial. No solo porque compartimos la pasión por la educación y la Universidad y el interés por el país, sino porque cada plática es una lección de historia y de vida. Hace poco discutíamos, en compañía de otro buen amigo, el ingeniero Carlos Canjura, sobre el perfil del docente universitario en la década de 1960 y la condición actual del cuerpo docente de la UES.
Anacronismos aparte, resulta que hay una relación entre el entorno cultural, la condición de país y de universidad en la configuración del perfil del cuerpo docente y sus posibilidades de incidencia en la sociedad. La historiografía cultural habla de los “sesenta globales” como una época que generó un entorno favorable al cuestionamiento de lo establecido y de apuesta al cambio. Fue un gran cambio cultural que abrió espacios para la liberación femenina, para nuevas tendencias culturales e incluso para lo que más tarde se conocería como la “nueva izquierda” por contraposición a los partidos comunistas más ortodoxos. Las universidades fueron partícipes de ello, como bien lo atestiguan Mayo 68, Tlatelolco, por decir lo más visible, o las reformas universitarias que pulularon entonces, incluyendo en nuestro caso, la Universidad de El Salvador.
A una escala menor, también El Salvador vivía un periodo de transformaciones, iniciado con la “revolución de 1948”, que con altibajos se prolongó hasta la década de 1970. Se apostaba por la modernización de la economía (industrialización, integración económica regional y diversificación de la agricultura), amén de una incipiente apertura política. Fueron los años en que se implantaron los partidos PCN y PDC, ambos reformistas y de tendencias modernizantes, pero de signos ideológicos distintos.
En el mundo y el país se acentuaban las tendencias de cambio cultural y las apuestas modernizantes. Lo mismo sucedía en las universidades. En la región centroamericana esa tendencia inició a finales de la década de 1940, pero tomó fuerza años después. En El Salvador, el punto de inflexión se dio cuando un grupo liderado por Fabio Castillo lanzó su proyecto de reforma académica. En menos de seis años, hubo una transformación radical de la Universidad: se construyó la ciudad universitaria, se hizo una reforma curricular, se amplió la matrícula y se aumentó la planta docente. Un componente central de la reforma fue la creación de los departamentos (unidades que apostaban simultáneamente a una docencia de calidad y a la investigación), el programa de áreas comunes, y la conversión de la Facultad de Humanidades, a la de Ciencias y Humanidades, en 1969.
Un elemento que destaca fuertemente es la capacidad intelectual de los docentes universitarios de esos años, independientemente de su especialidad. La reforma apostó por tener docentes de tiempo completo, pero también por su formación en el exterior, además de contratar docentes extranjeros cuando era necesario. Todo ello mejoró el desempeño docente, pero sobre todo las capacidades de los maestros para la investigación y la divulgación, como bien lo demuestra una revisión de las revistas universitarias de esos años, pero también de los periódicos nacionales. Eran docentes que producían conocimiento científico, pero que también daban opinión calificada sobre los problemas de país. Esa virtud la implantaron en sus estudiantes, los cuales escribían -y muy bien-, en revistas y periódicos.
Discutiendo estos temas, la Dra. Rodríguez se cuestionaba por qué las anteriores características son hoy escasas en la Universidad. Para ella, no puede haber docencia de calidad sin investigación, como tampoco tiene sentido esta, si no hay divulgación. Repliqué que la postración universitaria que siguió a la guerra civil prácticamente anuló la investigación, tanto así, que en su primer rectorado tuvo que crear una partida simbólica de cien colones, a fin de incluirla en el presupuesto universitario. Así de mal estaba la cosa. Por años, la mayoría de docentes se dedicaron únicamente a la enseñanza, es decir, transmitir conocimientos generados por otros. Unos pocos investigaban de forma cuasi clandestina.
En tales condiciones, es lógico que los estudiantes no tuvieran inquietudes investigativas. Yo me gradué en la UES, pero entendí la importancia de la investigación cuando salí a estudiar fuera y constaté que en todos los cursos estudiábamos libros y artículos de los profesores a cargo. Obviamente, una clase así era mucho más enriquecedora. Un docente que habla de lo que conoce de primera mano, es mucho más efectivo e interesante que alguien que solo lee lo otro hizo. Una parte importante de los actuales docentes de la UES, no estudió con profesores-investigadores, por lo tanto, no tienen la inquietud de la investigación. Pueden ser muy buenos docentes, pero no producen conocimiento.
La inquietud viene primero, luego viene la formación. Rudimentos de investigación se pueden obtener en el pregrado. ¿Qué estudiante universitario no ha hecho una investigación? Pero, el investigador, propiamente dicho, se forma en el posgrado; doctorado de preferencia. Sin embargo, nuestros posgrados son débiles en ese campo. Tienen recursos limitados, pocos cuentan con docentes de planta y con experiencia investigativa; más grave, no tienen estudiantes de tiempo completo. Son posgrados de tiempos suplementarios.
Otro factor crítico en la investigación es el financiamiento. En marzo de 2002 se creó en la UES el Consejo de Investigaciones Científicas, hoy Secretaría. Instancia que ha jugado un papel importante, pero que sigue sufriendo limitaciones presupuestarias; es más, en momentos de problemas financieros, es la primera unidad a la que se le cortan recursos, como ocurre hoy día. El impacto de esos recortes es variado. En áreas como Humanidades y Ciencias Sociales, un investigador no requiere demasiados recursos, el más valioso es disponer de tiempo para trabajar en archivos y bibliotecas o hacer algún trabajo de campo. Diferente es el caso de Ciencias Naturales, en donde equipo y materiales son fundamentales.
Una vez se tiene un producto de investigación, inmediatamente aparece la necesidad de publicarlo, con lo cual se genera un círculo virtuoso que dinamiza la vida universitaria: docencia, investigación y divulgación. La labor de divulgación tiene diferentes niveles; por un lado, está el intercambio entre pares que es más restringido y exclusivo, tendencia que aumenta a medida crece la especialización. Por otro, está la divulgación para públicos más amplios, en donde es necesario poner el producto en un lenguaje al alcance de las mayorías. Ambos son importantes. En todo caso, el punto de partida es la inquietud investigativa y la capacidad de comunicar. Es plausible pensar que esto es lo que hace la diferencia entre esos docentes de los Años Sesenta y los actuales; como bien lo muestran los bajos índices de publicación en medios académicos, pero también la poca presencia de opinión calificada de los docentes universitarios en los medios de prensa. Investigar, divulgar, formar opinión es fundamental en el trabajo docente universitario, fortalecer esas áreas debiera ser prioridad para cualquier universidad.
Historiador, Universidad de El Salvador