A las cosas se les conoce por su apariencia. Parecerá una frivolidad, pero a veces puede ser cierto. Por ejemplo, si alguien visita el campus central de la UES y juzga por lo que ve, se llevará una muy mala impresión. A pesar de que fue “remodelado” el año pasado, abundan la basura y los deshechos. Algunos jardines y espacios verdes lucen descuidados. Edificios en ruinas y abandonados, como las cabañas H de la Facultad de Ciencias y Humanidades.
Al entrar en algunos edificios pasa lo mismo. En la entrada del Edificio del Decanato de Humanidades casi siempre hay algo mal puesto, la penúltima vez que entré ahí había un montón de muebles, al parecer removidos durante la remodelación. Un tiempo después se los llevaron quién sabe a dónde, pero dejaron tiradas las tarimas. Siguen ahí. En el segundo piso, seis viejos archiveros esperan un lugar mejor; los baños están arruinados de hace muchos años, y a pesar de que supuestamente el edificio fue reparado por el MOP, siguen igual. La tercera planta, donde están los cubículos de profesores de Ciencias Sociales, no ha sido habilitada. El sótano del edificio fue desocupado porque se dañaron las tuberías de aguas negras. Si la Facultad inicia el ciclo lectivo en la fecha anunciada será en condiciones poco favorables para el trabajo académico.
Detalle adicional; ya antes del cierre del campus en 2020 se notaba la falta de espacios para parqueos. Ese problema no se consideró en la remodelación; por el contrario, la construcción de edificios nuevos en la zona de bóveda, restó un extenso que se usaba como parqueo. Hace varios años fui parte de un grupo que hacía una evaluación de universidades en proceso de reacreditación. Visitamos la UCA y se nos mostró el edificio de parqueos que entonces construían. La encargada explicó que las bases del edificio estaban diseñadas para soportar varios niveles, que se añadirían según la demanda. Hoy día ya tiene varios más. Un tiempo después platicaba con un alto funcionario de la UES y le decía que debía hacerse algo parecido porque el parque vehicular crecía rápidamente. Aquí no se necesita porque los estudiantes de esta universidad son pobres, me dijo.
Algo falla en la UES y que no permite que la institución desarrolle su alto potencial y se adecue a las nuevas realidades. Desde los Años Ochenta se nos dijo que el problema era la falta de presupuesto. Y sí que lo era, y lo sigue siendo. Con todo, en los últimos años el presupuesto ha aumentado, pasando de 86.58 millones de dólares en 2018, a 132.4 en 2023. Pero, las necesidades han aumentado. Además, Hacienda demora en hacer los desembolsos, con lo cual se afecta el trabajo universitario. Por ejemplo, en el 31 de enero pasado, el Consejo Superior dio un acuerdo con una drástica política de ahorro motivada por la falta de asignación de fondos. Es sabido que se le adeudan más de 40 millones de dólares. Es obvio que la Universidad no es prioridad para el gobierno.
Pero aparte de los problemas financieros, lo más grave es la ausencia de un proyecto académico que trascienda el periodo rectoral. En otras palabras, una reforma universitaria concebida para que la institución se desarrolle integralmente y salga de la postración en que cayó desde la década de 1980. Y ese problema es una secuela no solo de los ataques que sufrió la institución desde el Estado y la derecha, sino también de sus problemas internos, por ejemplo, la excesiva politización que la llevó a apoyar incondicionalmente el proyecto revolucionario y a poner en segundo plano lo académico.
Esa tendencia se prolongó en la posguerra. En lo que va de este siglo, ha habido dos intentos por enrumbarla. El primero liderado por el Dr. Fabio Castillo (1991-1994), boicoteado por la falta de apoyo del Estado, pero sobre todo por la oposición de grupos políticos que seguían pensando con la lógica del conflicto civil. El segundo, lo impulsó la Dra. María Isabel Rodríguez entre 1999 y 2007. Tuvo mejores resultados; por cuatro años parecía que la UES había roto el lastre del estancamiento. Pero la resistencia más irracional apareció cuando intentó ir más allá de la reconstrucción física y propuso una reforma. En apariencia, el famoso préstamo del BID fue la manzana de la discordia, en realidad era simple resistencia al cambio.
Por otro lado, desde la década de 1970, la izquierda insurgente primero, y el FMLN después, se arrogaron la facultad de incidir en la política interna de la UES. La intromisión de fuerzas políticas externas en la UES no es nueva; lo hizo el Partido Comunista, el PCN y la Democracia Cristiana en las décadas de 1960 y 70. Pero ninguno llegó a hegemonizar; había una disputa que incluso contribuía al pluralismo político-ideológico y provocaba intensos e interesantes debates. El problema es que, en cierto momento, la izquierda revolucionaria copó los espacios de decisión, llegando al punto de poner y quitar rectores. Esa tendencia continuó en la posguerra, sin que eso significara ventaja alguna para la institución, como lo mostró el poco apoyo recibido en el periodo 2009-2019.
Hoy día, la izquierda pasa por su peor crisis, su influencia en la UES ha disminuido, pero subsiste. Sin embargo, otra fuerza política pugna por llenar ese vacío con aviesas intenciones y con la colaboración de universitarios convertidos en evangelistas del nuevo credo. La vieja izquierda, encerrada en sus añejos análisis en clave lucha de clases, parece no darse cuenta de lo que se avecina. La ineficiencia, el estancamiento y la corrupción serán las banderas a usar, las primeras son evidentes, la última no, pero es la palabra de moda. En todo caso, es innegable que la incapacidad de la institución para renovarse, está en la raíz de los problemas. Habrá que ver quiénes la acompañan en las luchas que se avecinan.
Historiador, Universidad de El Salvador.