¡Ocho años! Ocho años para que Europa y América Latina-Caribe se reencontraran y dialogaran a fin de redefinir en lo posible una estrategia común. La cumbre entre la Unión Europea y América Latina-Caribe se celebró el 17 y 18 de julio pasado en Bruselas con un eje esencial: renovar dichos lazos, tanto al nivel económico tanto como social.
Por cierto, para los europeos, hubo una pantalla política de fondo: la guerra en Ucrania, las tensiones comerciales, la necesidad de reforzar una diversificación de inversiones. Ursula Von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europeo, el Ejecutivo europeo, había realizado una gira por Brasil, Argentina y México en junio pasado. Por su parte, Charles Michel, el presidente del Consejo Europeo, en nombre de los países miembros, subrayaba la relación iniciada desde los años 80. ¿Cómo olvidar los acuerdos centroamericanos de San José firmados en 1983, abriendo el campo de cooperación con Europa?
Ahora bien, ¿no habrá llegado la cumbre de Bruselas un poco tarde? Mientras América Latina desde hace 20 años diversificó a sus socios, China se convirtió en uno de sus principales socios con los Estados Unidos.
La cumbre se abrió en este contexto: lo positivo fue reunir a los 60 presidentes, jefes de gobierno y representantes (33 para América Latina-Caribe; 27 para la Unión Europea) pero, a pesar del interés afirmado y asumido de los europeos, quedó una sensación de “medio tono”. Incluso, unos podían afirmar que la Unión Europea parece descubrir la diversidad de América Latina-Caribe que pudo haber considerado como un bloque cuando el continente debe relanzar sus propios mecanismos de integración regional, dejando hoy en día un margen de acción a las lógicas nacionales y, entonces, a una diversidad que puede ser entendido como una dispersión.
Por supuesto, la guerra en Ucrania estaba latente en los espíritus de los europeos que esperaban una condena franca de América Latina. Por cierto, para el continente, el contexto internacional está cambiando la percepción que se podía tener de él. Durante la crisis de la pandemia, pareció ser “el continente olvidado” de las relaciones internacionales.
Durante años, fue percibido por las potencias de G7, los países más ricos del mundo, como “la última frontera de Occidente”, cuando, desde los años 2000, se diversificaba. China, pero también Rusia, Turquía, países del Medio Oriente como los Emiratos Árabes Unidos o Qatar aparecieron. Las “nuevas rutas de la seda” cruzaron la necesidad de desarrollo y crecimiento latinoamericano. Beijing se ha convertido en el primer socio económico de Brasil. Invirtió en los sectores de energía y transporte en países como Ecuador, Perú, Colombia, tanto como Bolivia. El primer barco que cruzó el canal de Panamá ampliado, en 2019, fue chino.
Es decir, que puede haber sido percibido, sin ser afirmado públicamente, bastante oportunista la postura europea cuando América Latina necesita desde hace años la presencia fuerte de socios internacionales. La crisis sanitaria aumentando el número de poblaciones en dificultad, la prácticamente imposible reforma fiscal en los países, han constituido unos elementos de una situación compleja. Obviamente, en este contexto América Latina y el Caribe no quieren ser llevados, como lo fueron durante los años de la guerra Este-Oeste, a derivas en seguridad producto de la guerra en Ucrania.
Aparte de Nicaragua, que votó en contra de la última resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas, Cuba, El Salvador y Bolivia absteniéndose y Venezuela ausentándose, el continente condenó la agresión territorial llevada a cabo por Rusia. Pero mantiene una posición de “neutralidad”, buscando no ser involucrado en dicho conflicto.
El primer ministro de San Vicente-Granadinas , Ralph Gonsalves, lo reafirmó en la cumbre de Bruselas, recordando que las prioridades de América Latina-Caribe van sobre la transición energética, la energía, la salud, la educación, la integración regional. Esta realidad apareció a los europeos en su realidad, sin —aparte de Nicaragua— que tenga dimensión ideológica. Expresando “su profunda preocupación sobre la guerra en curso”, la declaración final subraya “la necesidad de respetar la soberanía, independencia política y la integridad territorial de todas las naciones”, formulación a mínima que revela visiones diferentes en el ámbito político.
Ahora bien, en la parte económica, la dinámica apareció clara. Más que nunca, a pesar de las dificultades sociales en varios países, América Latina-Caribe aparece como la nueva frontera internacional: el nivel de inversiones extranjeras directas va sobre más de 200 mil millones de dólares (Asia: 600 mil millones) convirtiéndolo en el segundo continente atractivo en el mundo. Presencia de materias primas, como el litio, esenciales para las estrategias descarbonadas en Europa, necesidad de garantizar la transición y transformación de la economía, tantas realidades que explican el nivel de inversiones anunciado por la presidenta de la Comisión Europea.
El plan “Global gateway” va sobre 45 mil millones de euros involucrando sectores como la energía verde, la salud y la educación. Se firmó un convenio con Argentina, Uruguay, Paraguay sobre la energía renovable y con Chile sobre la seguridad de suministro de materias primas. Pero no hubo mayores avances entre la Unión Europea y el Mercosur en búsqueda de negociaciones desde 2019, Brasil siendo en desacuerdo sobre las demandas adicionales europeas en materia medioambiental. Por cierto, los bancos de desarrollo aparecen como nuevos actores importantes : CAF, el banco de desarrollo latinoamericano, ha invertido este último año más que el propio BID y va siendo un interlocutor fuerte. Qué decir de Eximbank, el banco chino que ocupa todavía, el primer rango. Europa entendió que la batalla de influencia se juega en este sector, países europeos como España, Francia, Alemania o Italia teniendo sus propios instrumentos en el continente.
Volver a ser un interlocutor creíble y presente de manera duradera sobre temas económicos sustanciales y críticos ha sido un pilar de una cumbre que reveló cuánto el diálogo euro-latinoamericano debe ser profundizado para lograr una armonización que sea en adecuación con las realidades mutuas, en un medio ambiente internacional en vía de nuevas adaptaciones a causa del conflicto ucraniano. La Unión Europea y América Latina-Caribe se darán cita, en el transcurso de 2025, en Colombia. Mientras tanto, no falta el trabajo para que la confianza y complementaridad, que fueron las bases de dichas relaciones, la conviertan en una América Latina renovada.
Politólogo francés y especialista en temas internacionales.